VACACIONES
Llega
octubre y en la Biblioteca Municipal reanudamos las actividades del Taller de
Escritura. Hasta que nuestro habitual director se incorpore, toma la
dirección del Taller Pedro Cladera, un mallorquín que hace unos pocos
años se dejó caer por San Vicente de la Barquera, y el tío es tan familiar y agradable que nosotros
le adoptamos como hermano predilecto.
Para
empezar, nos puso como tema “Las vacaciones”. Espero yo que nos cuente las suyas,
que debieron de ser largas, a juzgar por el tiempo que llevo sin verle, puesto
que, en los tres meses que si no me equivoco dura el verano, no he logrado
echarle la vista encima.
Por mi
parte, yo… Mira, es que no sé si los ancianos no tenemos vacaciones o es que
las disfrutamos permanentemente. Porque mira mi situación: hacer, lo que se
dice hacer, no hago nada. No sé si es que no quiero o es que no puedo. Puede
que sea una combinación de ambas cosas. El caso es que yo me encuentro mucho
más a gusto sentado en un sillón, aunque no tenga un criado que me abanique,
como tienen los rajás esos de “Pasión india”, el libro que estamos leyendo
actualmente los componentes del Club de Lectura.
A veces, me
siento más animoso, busco el apoyo de mi bastón y doy un paseo por la huerta
visitando los árboles frutales, que este año se portaron de forma
desagradecida, pues salvo las higueras, que dieron fruto con abundancia, los
demás parece que también se fueron de vacaciones, porque no dieron más fruta
que la muestra. Si los ánimos no me han abandonado, seguidamente suelo coger
una escoba y un recogedor y, con calma, con mucha calma para no cansar a la
escoba, barro el suelo de losas que circunda mi vivienda, y hasta me entretengo
en quitar las hojas secas que les cuelgan a los geranios de las macetas. Por último, miro el par de colmenas que tengo
en un rincón y me hago el propósito de que, en cuanto venga algún hijo que me ayude, las abriré
para ver si se dignaron a llenarme al
menos un par de panales de miel.
Pero pienso
yo que esto nada tiene que ver con las vacaciones, ¿no crees? Cuando tenía las
patas ágiles como las tienen las liebres, cogía el coche y, con mi mujer y
cualquier amigo o familiar que se quisiera apuntar, alguna vez atravesamos el
interior de Marruecos a la aventura hasta llegar a Marrakech y luego regresamos
por toda la costa hasta Tánger. Eso sí me parecían a mí vacaciones, pero lo
demás…
Porque
vacaciones, digo yo, son esas horas de tu vida (en este caso, de la mía, que
para eso soy yo quien lo cuenta) que las dedico a algo distinto a mi rutina
habitual y que me sirven de desconexión con la monotonía repetitiva del vivir
por vivir.
Viéndolo
así, sí creo que disfruto de vacaciones, mira. Todas las tardes, de siete a
diez, tengo vacaciones. Además, no solo
en verano, sino prácticamente todo el año. Con buen tiempo, en la terraza, y
cuando refresca, en el interior del local, que tiene un ambiente donde jamás se
le quedan a uno los pies fríos. A esa hora se produce el encuentro con los
amigos. Tres, cuatro, y a veces cinco parejas de amigos, y algún otro
desparejado que cae cuando cuadra. Cervezas, descafeinados y chocolate con
alguna pasta o palmera es la disculpa. La realidad es el contacto con nuestros
semejantes, algo que, aun sin darnos cuenta de ello, todos necesitamos. Cada
cual es hijo de su madre y, como consecuencia de ello, somos bastante
distintos. Perfectos, no somos ninguno, aunque a veces nos lo creamos. Sería un
asco tener como amigo a una persona perfecta. Lo bueno es saber nuestras
imperfecciones (solemos saber mejor las del amigo que las propias), aceptarnos
tal cual somos y brindar juntos todos
los días por esas tres horas diarias de
vacaciones que estamos teniendo mientras el cuerpo lo aguante.
Jesús González ©
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