martes, 8 de noviembre de 2016

vacaciones

                                                     LAS  VACACIONES
                      Resultado de imagen de roma monumentos
      Fueron diez días atareadísimos (dejaba el goce de ellos para después). Llegaba al hotel como si me hubieran dado una paliza. Las sandalias fueron como un guante para mis pies; a pesar de las largas jornadas, se mantenían nuevas, con el cuero cerúleo y llamativo. Sin embargo, las piernas llegaban hinchadas y tirantes cual pergamino de un atabal. Los chorros de agua fría caían como carámbanos sobre ellas y me acostaba sobre nubes de algodón haciendo caso omiso a la cena. Y así un día tras otro. Catalogaba en mi mente todas las experiencias: el refrescante sabor del Limoncello, los fabulosos fotogramas, la creación dorada de la Capilla Sixtina, la perfecta escultura del David, las aguas mansas con sus olitas devoradoras sobre Venecia, el binomio Roma = Cultura… Todo me hacía gozar y sonreír como si paseara por el paraíso, hasta que llegué a Leioa, el aeropuerto de Bilbao.
           
      Nada más poner los pies en la pasarela, mi corazón dejó de latir: un pinchazo en el pecho me hizo parar en seco, no podía respirar; fue un brevísimo paso a la muerte.  Había que posponer la revisión y el periplo de las vacaciones o, quizá, olvidarlos para siempre. El destino así lo quería, por lo que tuve que ingresar en los boxes del hospital. ¡Tantos kilómetros en mis confortables sandalias y ahora circulaba en silla de ruedas! Fuera, era de noche, y mi mente se oscureció cuando la doctora me susurró: “Andrea, la voy a  ingresar”. Ante mi cara de pesar, ella me rozó la mejilla y me dijo: “Le hemos hecho las extracciones convenientes, hemos realizado las placas pulmonares, comprobado su nivel de oxígeno en la sangre: todo es anómalo. Así no la puedo dejar salir”. Aun con lágrimas en los ojos, mi cabeza asintió. Con las sandalias en una bolsa de hospital, me alojaron en la Planta de Respiratorio. Y allí, en un ambiente antiséptico pero de personal bello, pasé cinco días, y otros diez en hospitalización domiciliaria. Si durante el periplo caminaba con salero, ¿cómo es que ahora parecía de plomo? El día llegaba con la alegría del nieto, que era recibida con mi tristeza. ¡Apatía contra alegría!


      Tardé lo que tarda un disminuido físico en llegar a su destino. Por un lado, cargaba con el debilitamiento de tanta medicación y con la certidumbre de parte de mi cerebro de llamarme enferma; por otro lado, no quería oler a sudor en el hospital, y menos ante la doctora.

      Me senté cerca del monitor informativo. Pasé unos minutos con los ojos viajando desde mi ticket al número del monitor. Después, puse atención en las tres personas que se hallaban delante: el hijo, la madre, de noventa años, y la nuera. Pensé que era de mala educación escuchar con descaro su conversación. ¡Pero qué lindos dedos lacados se veían en las modernas sandalias! Automáticamente, me fijé en el calzado de la abuela: eran unas antediluvianas alpargatas negras, llenas de polvo. Si con ellas llegaba a la presencia de profesionales, ¿cuáles llevaría en casa? ¿Y se habría duchado? Gracias que a mí sólo me llegaba mi perfume de Nina Ricci. Eché toda la culpa a la nuera, que iba muy presentable pero que, a las preguntas preocupadas de la suegra, tales como: “¿cuándo nos llamaran?” o “nos cerrarán la farmacia, ya lo verás”, ella, con voz altisonante, le respondía: “nos llamarán cuando nos llamen” y “te dejaremos en un banco hasta que la abran”.

      ―Ella ha llegado más tarde que nosotros y ya la llaman ―oí mientras me dirigía a la especialista del Sistema Respiratorio.

      La  doctora examinó el resultado de los exámenes que me habían hecho y, tras recetarme un fuerte inhalador, me dio el alta.

      Salí ufana. De pronto, me sentí sana. La anciana me miró con envidia.
      
      El recuerdo de aquellas alpargatas me sigue como abeja cojonera. Ha aguijoneado el recuerdo de mis vacaciones como máquina torpedera.  Cada retazo de mis vacaciones queda herido por un parche viejo, negro, polvoriento ―de remiendo.

                                      San Vicente de la Barquera, a 8 de octubre de 2016
                                                     Isabel Bascaran ©

                                                                                    

No hay comentarios: