VITORIA
Sorprende perderse al anochecer en las calles de Vitoria. Cada
callejuela es una corriente de aire que te quiebra la espalda, pero, si
levantas la vista, fácilmente te encontrarás con la belleza y la historia. El
gótico y principalmente el Renacimiento te contemplan. Su espléndida catedral
de Santa María y su programa "Abierto por obras", donde, con la sola
condición de calzarte un casco blanco, te paseas por las alturas, caminas por
el triforio, te late fuerte el corazón, se asustan las piernas y se eriza la
piel en la "contemplación" de las generaciones pasadas que dedicaron
su vida a colocar piedra a piedra, a confesar su amor a Dios.
Es otro día. El sol del atardecer nos deslumbra, la fina chaqueta
apenas nos protege del aire helado. Les estamos observando, agazapadas al pié
de un tramo de la antigua muralla. Ella sale sola, mirando atrás, temerosa;
susurra la enagua de su vestido en el camino. El palacio de Montehermoso
(donde ha transcurrido su infancia) va cerrando cancelas, nadie se percata de
la falta de la primogénita. Sólo una calle estrecha y una pequeña y hermosa
plazuela les separa. El palacio de Esquibel lo ve salir a él. Crujen las
piedras a su paso, pero ningún guardia acude… duermen. Se confiesan su amor. Se
pierden en la noche. Al amanecer, la luz atravesará los postigos de ambos
palacios; no tardará en herir los corazones de sus dueños, cristales que se
clavarán en sus almas, teniendo como único consuelo el dolor de su rival.
Apenas unos
años antes, muy cerca de allí, la Casa del Cordón ve llegar a la reina Juana y
al rey Felipe el Hermoso. Son recibidos con pompa en esa casa que vende paños,
aunque esté en la calle Cuchillerías, y donde la puerta principal no mide más
que un metro setenta de alto, obligando al que la traspasa a entrar con gesto
humilde. En una magnífica sala situada en el corazón de una torre del siglo
XIII se recibe a los monarcas; agasajos interminables acaban por agotarles tras
un arduo camino desde el corazón de Europa. El amor de Juana por su esposo es
inagotable y, aprovechando su embeleso y morar en tierra extraña, Felipe le
confiesa la traición a su padre, el rey Fernando. La reina Isabel acaba de
morir. Juana monta en cólera y abandona la torre. La noche se traga al séquito
de la soberana, que se dirige a Castilla.
Todo eso pudimos observar ocultas junto a la antigua muralla,
tiritando de frío. Despacio y casi en silencio, nos fuimos alejando; no
queríamos romper el sueño de los habitantes palaciegos, de los protagonistas de
la historia, de los vitorianos antiguos.
En Vitoria hace frío. Llegamos al hotel. Un grupo de japoneses
reía en el vestíbulo. Lástima, ¡el sueño terminó!
Remedios Llano Pinna
Abril de 2017
COMILLAS
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