LA VISITA
Antonia, su marido y su padre: están
acabando de cenar cuando suena el teléfono. Se pone toda contenta cuando
reconoce la voz de uno de sus hijos:
—Mamá, te llamo porque necesito
mandarte unos días a mi suegra al pueblo. Se trata de resolver unos asuntos
relacionados con la casita que nos hemos comprado. Tú ya sabes que, debido a mi
trabajo, yo no paro de viajar. Oliva es una mujer muy activa y apenas notaréis
su presencia.
Pasados unos días, Oliva llegó: una
maleta pequeña, cara de vivaracha y buenos modales. Justo se disponían a comer
y la invitaron a sentarse con ellos. Ese día tenían carne con patatas. Antonia
pone la comida sobre la mesa y comienzan a servirse. Cuando llega el turno de
Oliva:
—No, no, no. Yo, carne, ni hablar;
todo son hormonas. Y las patatas, tampoco me fío de ellas. Creo que me haré una
ensalada de remolacha y una infusión de diente de león.
Pasados los primeros días, comer una
hamburguesa delante de aquella mujer era un delito. Y luego, tratando que todos
bebieran agua de la mar, pues era lo que mejor depuraba los riñones.
En la habitación de invitados, que
era su aposento, hubo que retirar el cuadro que con tanta ilusión Antonia había
comprado en los chinos y que tanto le
gustaba, pues Oliva sugirió que “le daba malas vibraciones”. El cigarro que el
abuelo acostumbraba a fumar después de comer se hizo delito casi con multa,
pues el humo “penetraba en los pulmones”. Sus baños con agua fría, “es bueno
para la circulación” —y el pobre abuelo susurraba: “¡si me quito el refriado! Y
esas infusiones, que son como medicinas… ¡dónde está mi cafelito!
—Bueno, familia, me ausento; pero en
breve volveré, y no de visita, sino a pasar una larga temporada con ustedes…
Mari Carmen
Bengochea ©
1 comentario:
Amiga mía, cada día me sorprendes más y eso que sé de tu valía.
Abrazos.
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