EL VERANO
En
este abracadabrante verano, para mí, he conocido humanidad, personas
maravillosas, muy diferentes, que me han enseñado a minimizar los problemas y a
vivir el día a día, como si fuera el último.
Las
conocí casualmente, como a los dos ‘Manueles’, ambos necesitados de una máquina de hemodiálisis,
para poder seguir viviendo, los lunes, miércoles y viernes, desde las doce del
mediodía hasta las seis de la tarde, sin esperanza de transplante de riñón,
dada su edad. A esa hora, salían cansados y, como comentaban entre ellos: “hoy,
estamos agotados; mañana, para recuperarnos, y pasado, de nuevo a enchufarnos a
nuestra amiga”. A Fermín, más joven, le podían avisar en cualquier momento del
hospital para comunicarle que había un posible riñón. Así vive, esperanzado de
esa llamada que le cambie su presente y futuro.
Pese
a todo, los dos ‘Manueles’ tenían un sentido del humor envidiable; parecían un
dúo de esos que salen en cualquier programa de televisión:
Manuel
1: –¡Mira que arañazos me ha hecho
el gato en las manos, el muy ca....!
Manuel
2: –¿El gato? ¡Eso ha sido tu
parienta! Sí, sí, el gato; ¡algo le habrás hecho!
Manuel 1: –¡Qué
más quisieras tú que te arañe una mujer con cariño, rutón, más que rutón! Por
eso estás solo: ¡no hay quien te aguante!
Yo
estaba sentada al lado de éste, y cada vez que le decía algo de estas bromas al
otro Manuel, me daba codazos en el brazo y me guiñaba un ojo, con cara de
pícaro. Al rato...
Manuel
2 (el rutón):
–¿Nos compramos los juzgados?
Manuel
1: –No, ¿para qué?
Manuel
2(el rutón):
–Para meter a todos en la cárcel, y a ti. Me iba a quedar en
la gloria. ¿Compramos el hospital?
Manuel
1: –¡Que no, derrochón!
Manuel
2(el rutón):
–¡Jo, no quieres invertir en nada, chico; hoy has ganado dos
bingos!
Manuel
1: –¿Desde la ambulancia, nos ven
con estos cristales oscuros?
Manuel
2 (el rutón):
–No, ¿qué quieres, ir saludando a las mujeres? ¡Mira que te
gustan!
Manuel
1 (con codazo):
–¡Hombre, no me vas a gustar tú!
Manuel
2(el rutón):
–¡Pues no creas, no estoy mal, tengo mi puntito! ¿Verdad,
Lola?
Lola
era otra compañera de ellos, más callada, de unos ochenta años. Se apeó la
primera.
Manuel
1 (con otro codazo):
–¡Adiós, Lola; no te pongas más guapa, que no somos de
piedra!
Lola
(con risas):
–¡Hasta pasado mañana, viejos verdes!
Así
estaban siempre, con su peculiar sentido del humor, pese a estar despernados.
También
conocí a otra señora, de ochenta y dos años. Había tenido seis hijos y padecía
un delicado problema de útero. Nunca fue a un ginecólogo, pese a sus seis
partos. Me decía:
–Tengo
mucha vergüenza, cuando voy a Radio. ¡Tengo que quitarme todo de cintura para
abajo y me lo ven todo! Eso de estar espatarrada, lo llevo muy mal; a mí nadie
me ha visto eso. ¡Ay, ay, qué vergüenzas paso!
Su
hija y yo nos reíamos y le dijo:
–Mamá,
¿tú, nos has parido o nos trajo la cigüeña?
Otro
señor me contó que a su abuelo le encarcelaron en la posguerra siete años,
durante los cuales no tenía más contacto con su mujer que un pequeño papelito
donde ésta le contaba lo mínimo: quién había fallecido, quién nacido, etc. La
notita la metía en el cuello de la camisa y lo cosía minuciosamente. Esto era
una vez al mes, cuando le llevaba una camisa, un pantalón y una muda, pero sin verse.
Cuando su abuelo estaba moribundo, no quiso ver al cura, ya que, con los años,
supo que fue el que le delató.
Han
sido vivencias enriquecedoras; hacen recapacitar. Seguramente, los lunes,
miércoles y viernes me acordaré de ellos y de tantos y tantos que, como ellos, están
pasando por diferentes problemas de salud, mientras nos preocupamos, enfadamos,
por nimiedades cuando estamos sanos. Deberíamos pensar en todo esto y disfrutar
lo que tenemos cada minuto de la vida, porque lo importante, lo más valioso, es
la SALUD.
Ana
Pérez Urquiza©
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