jueves, 18 de enero de 2018

MANÍAS




MANÍAS

Resultado de imagen de ABRAZAR LIBROS
Heredé de Andrea su carácter jovial y risueño. También algo de su filantropía, y fuimos de la mano en el amor por los libros.
Resultaron los libros el antídoto contra  su depresión. Recuerdo, sobre todo, El florido pensil. Al principio, recelosa, la escuchaba desde el pasillo; pero como ella, cada tarde, después de la siesta, leía y reía con una risa sana y contagiosa, decidí entrar y acurrucarme a su lado. La escuchaba, embelesada, cómo exponía los problemas de matemáticas; sobre todo, el número 234: “Esta tarde, de camino a casa, vayan recogiendo piedras del camino. Cuando  lleguen a casa, vayan  formando grupos de seis; después, formen decenas; luego, docenas. ¿Cuántos grupos han logrado de cada categoría? ¿Y cuántas piedras han recogido en total? Y después añadía sus comentarios de madre… ¡Y claro, así llegaban: con los bolsillos agujereados…; las manos y uñas, de jornalero…! Y je,je,je. “¡Ahora bien” –añadía ella–: “el subjuntivo lo aprendieron que daba gusto!”… ¡Y je,je,je! 
Yo me enganché al libro. Me aprendí muchos de los problemas de memoria y fui enunciándolos a mis amigas, y ellas se enamoraron, también, de El florido pensil. De tanto prestarlo, perdí su rastro.
Una tarde sí y otra también, mi madre me exigía el libro –pensé que podía, incluso, recaer en la enfermedad, tal era su obsesión.  Y  pasé miedo.

Han pasado ya treinta años. Ella se ha hecho con la colección de todas las tiras de Mafalda.
Aprovechando sus risas, juegos y carantoñas con el nieto, así como quien no quiere  la cosa, le pedí el nuevo tesoro. Su ¡no! agrietó  el suelo. Reculé con miedo; su mirada era un cuchillo. El nieto se echó a llorar: el grito le horadó los oídos; las uñas, como garras de león, le arañaban los deditos.    
            –¡Jamás gozarás de las tapas asedadas de este libro, del aroma embriagador de sus hojas, ni saborearás las enseñanzas pedagógicas de Mafalda! –y con el libro apretado contra el corazón, se encerró en su habitación.  Sabía que no abriría la puerta mientras yo permaneciera en su casa.
–¡Me debes una! –dije, sollozando, junto a la puerta.
            –¿Qué es lo que te debo? –dijo con voz de ogro, abriendo la puerta de golpe.
–¿Te acuerdas cuando regresamos desde Durango para que dejaras de sufrir  con tu ‘¿habré desenchufado la plancha?, ¿habré recogido la tabla?, ¿habré desconectado el cable…?’ –Estabas tan feliz cuando, ya en Vitoria, encontramos todo en orden, que me besaste y me dijiste: “¡Hija, te debo una!”
Sus ojos se humedecieron; mas sus dedos, nervudos, se aferraron más al libro.
            –Te sigo debiendo una.

Agosto fue un mes de luto. La atmósfera se presentó tristísima; luego, grisácea. Había perdido a dos tíos muy queridos.
Noviembre quiso imitar a agosto: las nubes, negras, envolvieron mi corazón.  Acudí con mis padres a la misa por el alma de mi ‘tío’ y ‘salvador’ Esteban. Tantas veces me ha referido mi madre, Andrea, la intervención milagrosa de Esteban en mi apendicitis, peritonitis, obstrucción del íleon, sus visitas a la UCI del hospital de Basurto de Bilbao, que siento que respiro gracias a él. También me siento muy amada, porque durante años me ha repetido: “Tu salvación fue y es lo mejor que me ha sucedido en la vida”…, “y que tus bracitos de osita amorosa me sigan abrazando”.
“Sé que, algún día, heredaré parte de su fortuna, y quién sabe qué no acariciaré…”
                 San Vicente de la Barquera, a 17 de diciembre de 2017
                                    Isabel Bascaran ©

  

No hay comentarios: