Junio de 2006. Alicia y Luis se
enteraron por la prensa de que la mezzosoprano Teresa Berganza, acompañada por
el guitarrista José María Gallardo del Rey, iba a cantar en “Las Noches del
Soplao”, evento organizado por el Gobierno de Cantabria a petición de la
cantante, la cual, durante una visita a la cueva, vio la singularidad de esta
antigua mina: magníficas condiciones acústicas y un escenario extraordinario
para cantar. Alicia y Luis adquirieron las entradas para ese viernes, 23 de junio,
a las 21.30. Al llegar al lugar, tras conducir por una carretera sinuosa y
ascendente, encontraron muchas personas congregadas: las señoras, con vestidos
de noche pero abrigadas con prendas acolchadas; los señores, trajeados, como
Luis, pero protegidos por parkas. Al finalizar la actuación de la mezzosoprano,
se ofrecería un cóctel para los asistentes.
Al
entrar por el pasadizo, hasta el lugar de la actuación, había carteles avisando
de que, en el interior de la cueva, la temperatura era de entre 12 y 14 grados.
Alicia pensó: “¡claro, por eso las señoras van tan abrigadas!” Ya no le extrañó
el atuendo, pero ella iba a pasar frío, eso seguro, pues vestía únicamente un
traje pantalón negro de terciopelo y un fino top debajo de la chaqueta. Descendieron
por un pasillo. Se respiraba humedad y ya se notaba el frío. Al finalizar el
recorrido, se abrió a una gran bóveda llena de estalactitas y estalagmitas de
diferentes colores, iluminadas estratégicamente. El pequeño escenario, con dos
sillas y una guitarra. El aforo era para trescientas personas, dispuestas como
en un aula magna. Teresa Berganza y el guitarrista iban a interpretar obras de
los siglos XVI y XX, de Juan de la Encina, Fernando Sor, Manuel de Falla y el
“Cancionero” de García Lorca.
A las 21.30, comenzó el repertorio. El
marco era inigualable: la voz, la guitarra y las estalactitas sobre las cabezas
del público. Alicia estaba emocionada, pero una de estas formaciones calcáreas
le estaba dando la noche, goteándole sobre su hombro izquierdo: tic, tic, tic. Se
arrimó un poco a Luis, sentado a su derecha, pero la situación no mejoró. Hacía
un frío insufrible. Puso su pequeño bolso acolchado en el hombro; no era buena
idea: se estaba mojando y le tenía mucho aprecio, ya que se lo regaló Luis el
día de su cumpleaños. Este, al ver las operaciones que ella estaba haciendo, le
ofreció su pañuelo. Entre canción y canción, aplausos, excepto por un grupo de
cinco señoras. Una de ellas no paraba de hablar: que si suelta gallos; que si
está mayor para cantar; que si no hay que aplaudirle, ¡con los cien euros que
ha costado la entrada!... Alicia comprendía que la actuación de tres horas
había sido mediocre, sumada al frío y al hombro mojado; pero no pudo más: se
giró hacia la señora de detrás y le dijo:
–Perdone, y a usted, ¿quién le ha
dado vela en este entierro? Aplaudo por respeto y admiración a su larga y
consolidada carrera y a sus setenta y tres años. Puede que la humedad le afecte,
¿no le parece?
Al día
siguiente, en El Diario Montañés: “LA HUMEDAD ATACÓ LA VOZ DE LA MEZZOSOPRANO
TERESA BERGANZA”.
Ana Pérez Urquiza©
No hay comentarios:
Publicar un comentario