Aconseja al ignorante y te tomará por su enemigo.
(Proverbio árabe).
Todos
los esfuerzos diplomáticos por evitar la guerra resultaron un diálogo de
sordos.
En
la actualidad, abril de 2012. Homs, Siria.
Cuando
decidí enviar este documental a la redacción de mi periódico en Madrid, no
sabía si llegaría a verlo impreso. Podría ser el último. La cosa está cruda.
Son
las 3:15. Todo permanece oscuro. Estamos rodeados. Los sótanos fantasmales de
uno de los edificios en ruinas nos amparan. Fuera, como buitres carroñeros
aguardando con sus zarpas, el ejército sirio, envuelto en una enorme nube de
polvo, espera su festín.
Dos
meses antes, febrero de 2012.
Sentado
ante mi mesa de la redacción, mi cerebro esboza una curva que va deslizándose
peligrosamente al vacío.
Soy
corresponsal de guerra desde hace veinte años. Mi sitio no es estar sentado a
un escritorio. Lo mío es arriesgar mi vida para contar historias que deben ser
contadas. De pronto, me levanto y me dirijo al despacho del director. Abro la
puerta y choco con su mirada entre displicente y resignada. Después de casi una
hora de gritos y palabras gruesas, al final consigo mi objetivo: “cubrir la
guerra civil en Siria”. Recojo mi cazadora y salgo a trompicones del periódico.
Puedo palpar el ansia que me arroba.
Ya
al amanecer del día siguiente, con Carmen, la fotógrafa de guerra, cogemos un
taxi rumbo a Barajas. El cielo aún está en sombras y frío, pero nuestros
corazones son un torrente de lava incandescente. Cuando por fin embarcamos, el comandante
dice que en unas cuatro horas y media llegaremos a Damasco. Tratamos de dormir.
No lo conseguimos. Carmen está nerviosa. Sabe que hace una semana murió el
famoso fotógrafo francés Remi Ochlik en un bombardeo en la ciudad de Homs, a donde
nos dirigimos.
Por
fin, llegamos a Siria. Al bajar del avión, un aire seco y caliente nos da la
bienvenida. Nos espera un 4x4 un tanto destartalado. Un hombre corpulento abre
la puerta y se dirige hacia nosotros.
–Me
llamo Miguel y soy de Madrid. Me han dicho que habláis árabe correctamente.
Bien, el que está al volante es Alí, ex guerrillero sirio.
Carmen
y yo los conocemos por unas fotos que nos han dado antes de partir.
Miguel
nos entrega dos distintivos de prensa con el cartel “PRESS”, que nos negamos a
llevar –creemos que puede ser más un problema que una solución–. Dejamos las
mochilas junto a nosotros en los asientos de detrás y nos comentan que el
camino va a ser complicado. No iremos por carreteras principales.
Al
rato, vemos que delante de nosotros hay un convoy y Miguel nos cuenta que son
hombres como Alí, ex guerrilleros sirios que conocen muy bien el lugar.
Nos
dan pañuelos para cubrirnos la boca. La tormenta de polvo se instala en ojos y
oídos.
Cuando
estamos llegando a Yabrud, atisbamos un coche en medio de la carretera. Alí
coge la metralleta y se la pone a un lado. Carmen me mira con preocupación. No
nos fiamos. Nos detenemos. Se acerca uno de los hombres que bloquean la
carretera. Habla con Alí en un árabe fuerte y brusco. Finalmente, deciden
dejarnos pasar.
De
camino a Qarah, todo se complica. Vemos que el 4x4 que va delante de nosotros corre
más de la cuenta. Están nerviosos. Todo sucede muy rápido.
Por
el lado oeste del camino, un vehículo se acerca a toda velocidad. Frena de
golpe y se para. Bajan dos hombres gritando y lanzan contra la camioneta que
nos acompaña una bomba, que vemos estallar con un gran fogonazo y un retumbar
sordo. El vehículo salta por los aires, tras escupir a uno de los hombres sin
piernas ni brazos. Las partículas del camino se mezclan, dificultando la
visión. Alí, con magistral destreza, sortea el convoy, dejando el infierno
atrás. No nos siguen. El objetivo está cubierto. Los ex guerrilleros han
muerto.
Ahora
nos dirigimos a Hassia y, después de dos horas interminables, llegamos a Homs.
Dejamos
las cosas que no son necesarias en la casa que nos indica Miguel. En seguida,
Carmen y yo estamos en pleno campo de batalla. Filmamos y fotografiamos la
audacia y la osadía del ejército contra los rebeldes.
Por
la noche, enviamos toda la información y documentación a Madrid.
Las
semanas siguientes no están exentas de crueldad. La masacre: episodios
sangrientos, muchos niños muertos y otros mutilados. ¿Cómo entender que,
hablando el mismo idioma, la misma lengua, se maten sin compasión? ¿Es terquedad?
¿Es tenacidad?
En
la actualidad, abril de 2012.
Aquí
estamos, agazapados en este edificio en ruinas, con un bolígrafo entre los
dientes para evitar que el estruendo nos reviente los tímpanos.
A
mi lado hay una mujer joven con un niño pequeño en brazos. Me dice que con esta
lucha se ha quedado sin leche. Sólo le da agua con azúcar. Le pregunto por su
familia y me cuenta que su marido murió hace meses. Luego, con la mirada vacía,
extraviada, dice que antes de entrar en el edificio han ametrallado a su hija
de cuatro años. La ha tenido que dejar ahí fuera, muerta entre los escombros.
Habla del presidente Bashar al–Ásad como un verdadero monstruo.
Carmen
tiene la mirada puesta en el adolescente que está frente a nosotros. No tiene
manos, sólo dos muñones ensangrentados. No le queda demasiado tiempo de vida. A
nosotros tampoco.
Éste
será mi póstumo reportaje. Carmen también lo sabe.
Yo,
como corresponsal de guerra y previendo mi inminente muerte, afirmo que he
visto bombardear Homs durante dos horas y que más de cuatrocientas personas han
sido asesinadas y unas mil, heridas.
¿Alguien
me podrá decir que ”esto no es lo que parece”?
Y
ahora… la nada.
Francis
Cortés Pahissa©
No hay comentarios:
Publicar un comentario