lunes, 14 de febrero de 2022

EL CORRESPONSAL DE GUERRA

 



 

Aconseja al ignorante y te tomará por su enemigo.

(Proverbio árabe).

 

            Todos los esfuerzos diplomáticos por evitar la guerra resultaron un diálogo de sordos.

 

            En la actualidad, abril de 2012. Homs, Siria.

            Cuando decidí enviar este documental a la redacción de mi periódico en Madrid, no sabía si llegaría a verlo impreso. Podría ser el último. La cosa está cruda.

            Son las 3:15. Todo permanece oscuro. Estamos rodeados. Los sótanos fantasmales de uno de los edificios en ruinas nos amparan. Fuera, como buitres carroñeros aguardando con sus zarpas, el ejército sirio, envuelto en una enorme nube de polvo, espera su festín.

 

            Dos meses antes, febrero de 2012.

            Sentado ante mi mesa de la redacción, mi cerebro esboza una curva que va deslizándose peligrosamente al vacío.

            Soy corresponsal de guerra desde hace veinte años. Mi sitio no es estar sentado a un escritorio. Lo mío es arriesgar mi vida para contar historias que deben ser contadas. De pronto, me levanto y me dirijo al despacho del director. Abro la puerta y choco con su mirada entre displicente y resignada. Después de casi una hora de gritos y palabras gruesas, al final consigo mi objetivo: “cubrir la guerra civil en Siria”. Recojo mi cazadora y salgo a trompicones del periódico. Puedo palpar el ansia que me arroba.

            Ya al amanecer del día siguiente, con Carmen, la fotógrafa de guerra, cogemos un taxi rumbo a Barajas. El cielo aún está en sombras y frío, pero nuestros corazones son un torrente de lava incandescente. Cuando por fin embarcamos, el comandante dice que en unas cuatro horas y media llegaremos a Damasco. Tratamos de dormir. No lo conseguimos. Carmen está nerviosa. Sabe que hace una semana murió el famoso fotógrafo francés Remi Ochlik en un bombardeo en la ciudad de Homs, a donde nos dirigimos.

            Por fin, llegamos a Siria. Al bajar del avión, un aire seco y caliente nos da la bienvenida. Nos espera un 4x4 un tanto destartalado. Un hombre corpulento abre la puerta y se dirige hacia nosotros.

            –Me llamo Miguel y soy de Madrid. Me han dicho que habláis árabe correctamente. Bien, el que está al volante es Alí, ex guerrillero sirio.

            Carmen y yo los conocemos por unas fotos que nos han dado antes de partir.

            Miguel nos entrega dos distintivos de prensa con el cartel “PRESS”, que nos negamos a llevar –creemos que puede ser más un problema que una solución–. Dejamos las mochilas junto a nosotros en los asientos de detrás y nos comentan que el camino va a ser complicado. No iremos por carreteras principales.

            Al rato, vemos que delante de nosotros hay un convoy y Miguel nos cuenta que son hombres como Alí, ex guerrilleros sirios que conocen muy bien el lugar.

            Nos dan pañuelos para cubrirnos la boca. La tormenta de polvo se instala en ojos y oídos.

            Cuando estamos llegando a Yabrud, atisbamos un coche en medio de la carretera. Alí coge la metralleta y se la pone a un lado. Carmen me mira con preocupación. No nos fiamos. Nos detenemos. Se acerca uno de los hombres que bloquean la carretera. Habla con Alí en un árabe fuerte y brusco. Finalmente, deciden dejarnos pasar.

            De camino a Qarah, todo se complica. Vemos que el 4x4 que va delante de nosotros corre más de la cuenta. Están nerviosos. Todo sucede muy rápido.

            Por el lado oeste del camino, un vehículo se acerca a toda velocidad. Frena de golpe y se para. Bajan dos hombres gritando y lanzan contra la camioneta que nos acompaña una bomba, que vemos estallar con un gran fogonazo y un retumbar sordo. El vehículo salta por los aires, tras escupir a uno de los hombres sin piernas ni brazos. Las partículas del camino se mezclan, dificultando la visión. Alí, con magistral destreza, sortea el convoy, dejando el infierno atrás. No nos siguen. El objetivo está cubierto. Los ex guerrilleros han muerto.

            Ahora nos dirigimos a Hassia y, después de dos horas interminables, llegamos a Homs.

            Dejamos las cosas que no son necesarias en la casa que nos indica Miguel. En seguida, Carmen y yo estamos en pleno campo de batalla. Filmamos y fotografiamos la audacia y la osadía del ejército contra los rebeldes.

            Por la noche, enviamos toda la información y documentación a Madrid.

            Las semanas siguientes no están exentas de crueldad. La masacre: episodios sangrientos, muchos niños muertos y otros mutilados. ¿Cómo entender que, hablando el mismo idioma, la misma lengua, se maten sin compasión? ¿Es terquedad? ¿Es tenacidad?

 

            En la actualidad, abril de 2012.

            Aquí estamos, agazapados en este edificio en ruinas, con un bolígrafo entre los dientes para evitar que el estruendo nos reviente los tímpanos.

            A mi lado hay una mujer joven con un niño pequeño en brazos. Me dice que con esta lucha se ha quedado sin leche. Sólo le da agua con azúcar. Le pregunto por su familia y me cuenta que su marido murió hace meses. Luego, con la mirada vacía, extraviada, dice que antes de entrar en el edificio han ametrallado a su hija de cuatro años. La ha tenido que dejar ahí fuera, muerta entre los escombros. Habla del presidente Bashar al–Ásad como un verdadero monstruo.

            Carmen tiene la mirada puesta en el adolescente que está frente a nosotros. No tiene manos, sólo dos muñones ensangrentados. No le queda demasiado tiempo de vida. A nosotros tampoco.

            Éste será mi póstumo reportaje. Carmen también lo sabe.

            Yo, como corresponsal de guerra y previendo mi inminente muerte, afirmo que he visto bombardear Homs durante dos horas y que más de cuatrocientas personas han sido asesinadas y unas mil, heridas.

            ¿Alguien me podrá decir que ”esto no es lo que parece”?

            Y ahora… la nada.

 

            Francis Cortés Pahissa©

 

 

 

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