El perro correteaba rápidamente
entre su dueño, que avanzaba caminando, y nosotros, que movíamos una pesada
viga de madera. Era un Border Collie y, curioso, se acercó a mi jefe, que, como
buen hombre de campo, aprecia la inteligencia innata de esos perros ovejeros y
no dudó en posar la viga en el suelo y acariciar al perro hasta que su dueño
llegó a nuestra altura. Cansado como estaba de acarrear madera toda la mañana
para arreglar los desperfectos que las riadas habían causado en la conocida
senda que recorre la ribera del Nansa, aproveché la conversación de mi jefe y
el caminante para descansar sentado en la pesada viga.
–Bonito
perro –dijo mi jefe–, y listo. Además, la heterocromía le hace parecer más
vivo.
–Gracias. Sí que es
buen perro, muy obediente y alegre.
Mi jefe y el caminante
charlaron unos minutos de perros y ovejas mientras yo pensaba en qué había
querido decir mi jefe con lo de "heterocromía", jamás había oído esa
palabra. Juan, mi jefe, un oficial de primera, de los antiguos, era un hombre
particular en lo que hablaba. No era el típico obrero en sus conversaciones,
como los otros con los que trataba. Yo sospechaba que leía mucho a pesar de ser
un hombre acostumbrado a los trabajos físicos duros y a la vida de campo. Desde
luego no hacía alarde de ello, pero a mí, que me gustaba hablar de fútbol y
mujeres, me jodía no poder hablar de la última jornada ni de las barbaridades
que se decían los concursantes de La isla
de las tentaciones, porque además Juan no veía la tele. Pero aunque era un
hombre aburrido, la verdad es que con él se aprendía mucho del oficio y además
no me hacía las típicas bromas pesadas que los otros oficiales me hacían cuando
se enteraron de que me gustaba la hija del dueño del la serrería, así que
siempre que podía terminaba trabajando a su lado.
Cuando se marchó el
caminante, hice algo que no solía: preguntar. En el orgullo de tener diecinueve
años y no querer parecer ignorante, nunca preguntaba cuando no había entendido
algo.
–Jefe,
¿qué es la heterocromía?
–Niño,
te he dicho que no me llames jefe, que el único jefe que tenemos es Dios; y la
heterocromía es tener un ojo de cada color.
–¿Y
por qué no dices tener un ojo de cada color en vez de heterocromía? –no había
terminado la pregunta y ya había caído en por qué no las hacía. Cuando uno es
ignorante, se nota tanto si preguntas como si no.
–Juan me miró unos
segundos y, moviendo la cabeza varias veces de derecha a izquierda, me contestó:
–¿Ves
esta viga que cargamos desde hace media hora por esta senda? ¿Preferirías que
fuese el doble de larga o agradeces que haya medido exactamente lo que tiene
que medir?
–Pues
ya pesa lo suyo así. El doble no molaría nada. Mucho mejor que la haya medido,
jefe.
Juan
suspiró un segundo y me dijo:
–Pues las palabras son
igual que esta viga: hay que medirlas.
–¿Y
entonces, hay que usar siempre las más cortas posibles?
–No.
A veces más cortas, a veces más largas; y otras, del mismo tamaño pero
distintas. Esta viga, medida exactamente, cumple su función; de ser más corta,
no valdría, al no llegar a la otra orilla, pero a veces hay que ponerla más
larga si con ello se hace una obra más bella.
–No
entiendo.
–Pues
eso lo aprenderás midiendo o, lo que es lo mismo, leyendo. Pero, por ejemplo, Juan
mide lo mismo que Jefe, pero Juan me gusta más. Y muchas veces te será útil
usar menos palabras. Por ejemplo, si alguna vez te pilla la Guardia Civil
subido al muro de la serrería de noche, en vez de decir "Yo no voy a
robar, se lo juro; es que vengo a espiar a la hija del serrero, que se llama
Carmen y estoy perdidamente enamorado de ella, y claro, no puedo pasar un
minuto sin verla, y como soy medio tonto y muy vergonzoso y no me atrevo a
decirle lo que siento por ella, pues vengo a escondidas a verla por la tapia a
ver si me termino de atrever a tirarle una piedrecita para que se asome y decirle
lo que siento por ella, agente, créeme por favor", en ese momento sería
mejor que le dijeses "Agentes, esto no es lo que parece". Y otras
veces, como el día que te atrevas a decirle a Carmen lo que sientes por ella
cuando se asome a su balcón, usa más palabras que decirle "Jo tía, me
molas” y atrévete a decirle “Te he amado durante tanto tiempo que ya no
recuerdo lo que es no amarte; y no creo que eso vaya a cambiar. Y puesto que te
amo tan profundamente, estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para estar
contigo”.
Santos Gutiérrez©
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