lunes, 14 de febrero de 2022

EL OFICIAL

 


 

El perro correteaba rápidamente entre su dueño, que avanzaba caminando, y nosotros, que movíamos una pesada viga de madera. Era un Border Collie y, curioso, se acercó a mi jefe, que, como buen hombre de campo, aprecia la inteligencia innata de esos perros ovejeros y no dudó en posar la viga en el suelo y acariciar al perro hasta que su dueño llegó a nuestra altura. Cansado como estaba de acarrear madera toda la mañana para arreglar los desperfectos que las riadas habían causado en la conocida senda que recorre la ribera del Nansa, aproveché la conversación de mi jefe y el caminante para descansar sentado en la pesada viga.

            –Bonito perro –dijo mi jefe–, y listo. Además, la heterocromía le hace parecer más vivo.

–Gracias. Sí que es buen perro, muy obediente y alegre.

Mi jefe y el caminante charlaron unos minutos de perros y ovejas mientras yo pensaba en qué había querido decir mi jefe con lo de "heterocromía", jamás había oído esa palabra. Juan, mi jefe, un oficial de primera, de los antiguos, era un hombre particular en lo que hablaba. No era el típico obrero en sus conversaciones, como los otros con los que trataba. Yo sospechaba que leía mucho a pesar de ser un hombre acostumbrado a los trabajos físicos duros y a la vida de campo. Desde luego no hacía alarde de ello, pero a mí, que me gustaba hablar de fútbol y mujeres, me jodía no poder hablar de la última jornada ni de las barbaridades que se decían los concursantes de La isla de las tentaciones, porque además Juan no veía la tele. Pero aunque era un hombre aburrido, la verdad es que con él se aprendía mucho del oficio y además no me hacía las típicas bromas pesadas que los otros oficiales me hacían cuando se enteraron de que me gustaba la hija del dueño del la serrería, así que siempre que podía terminaba trabajando a su lado.

Cuando se marchó el caminante, hice algo que no solía: preguntar. En el orgullo de tener diecinueve años y no querer parecer ignorante, nunca preguntaba cuando no había entendido algo.

            –Jefe, ¿qué es la heterocromía?

            –Niño, te he dicho que no me llames jefe, que el único jefe que tenemos es Dios; y la heterocromía es tener un ojo de cada color.

            –¿Y por qué no dices tener un ojo de cada color en vez de heterocromía? –no había terminado la pregunta y ya había caído en por qué no las hacía. Cuando uno es ignorante, se nota tanto si preguntas como si no.

–Juan me miró unos segundos y, moviendo la cabeza varias veces de derecha a izquierda, me contestó:

            –¿Ves esta viga que cargamos desde hace media hora por esta senda? ¿Preferirías que fuese el doble de larga o agradeces que haya medido exactamente lo que tiene que medir?

            –Pues ya pesa lo suyo así. El doble no molaría nada. Mucho mejor que la haya medido, jefe.

            Juan suspiró un segundo y me dijo:

–Pues las palabras son igual que esta viga: hay que medirlas.

            –¿Y entonces, hay que usar siempre las más cortas posibles?

            –No. A veces más cortas, a veces más largas; y otras, del mismo tamaño pero distintas. Esta viga, medida exactamente, cumple su función; de ser más corta, no valdría, al no llegar a la otra orilla, pero a veces hay que ponerla más larga si con ello se hace una obra más bella.

            –No entiendo.

            –Pues eso lo aprenderás midiendo o, lo que es lo mismo, leyendo. Pero, por ejemplo, Juan mide lo mismo que Jefe, pero Juan me gusta más. Y muchas veces te será útil usar menos palabras. Por ejemplo, si alguna vez te pilla la Guardia Civil subido al muro de la serrería de noche, en vez de decir "Yo no voy a robar, se lo juro; es que vengo a espiar a la hija del serrero, que se llama Carmen y estoy perdidamente enamorado de ella, y claro, no puedo pasar un minuto sin verla, y como soy medio tonto y muy vergonzoso y no me atrevo a decirle lo que siento por ella, pues vengo a escondidas a verla por la tapia a ver si me termino de atrever a tirarle una piedrecita para que se asome y decirle lo que siento por ella, agente, créeme por favor", en ese momento sería mejor que le dijeses "Agentes, esto no es lo que parece". Y otras veces, como el día que te atrevas a decirle a Carmen lo que sientes por ella cuando se asome a su balcón, usa más palabras que decirle "Jo tía, me molas” y atrévete a decirle “Te he amado durante tanto tiempo que ya no recuerdo lo que es no amarte; y no creo que eso vaya a cambiar. Y puesto que te amo tan profundamente, estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para estar contigo”.

 

Santos Gutiérrez©

No hay comentarios: