lunes, 14 de febrero de 2022

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

 



 

            Paseaba arriba y abajo. Los nervios le mordían el estómago. La exposición estaba casi a punto, a falta de detalles, sobre todo uno que consideraba esencial. Era la más importante de su vida, y estaba listo. Hasta llegar aquí, tuvo que luchar contra múltiples obstáculos a lo largo de su carrera: malas críticas, baja cotización, apuros económicos, adversidades sentimentales, crisis personales y artísticas, difamaciones, acusaciones de ser un vulgar copista, de plagios y hasta de autorías falsas. Problemas, por lo demás, bastante generalizados entre los pintores. Hubo rachas de suerte y vendió algún cuadro; con algunos, incluso ganó un buen dinero. Pero su pintura tardaba en llegar al gusto del público. Leal a sí mismo, siguió pintando y creyendo en su pintura.

            Conoció a Laura, comenzaron una vida en común y, al poco tiempo, nació Lena. Llegó un periodo de estabilidad; su nombre comenzó a sonar en la prensa, le pedían entrevistas, algún coleccionista empezó a interesarse por su obra.

            Un día, cuando Lena tenía cuatro años, la encontró en su taller con un pincel en la mano, haciendo rayitas en un lateral de un cuadro. Aunque el disgusto fue grande, no dejó de hacerle gracia su hija –que jugaba como papá– y, como tampoco se veía mucho el estropicio, decidió no modificar la pintura.

Al poco tiempo, presentó su primera exposición realmente importante. Fue un rotundo éxito. Comenzaron a llamarle los galeristas, a vender sus obras a precios extraordinarios. En su fuero interno, atribuyó el éxito a la magia de Lena; era su secreto. Unas diminutas manchitas pintadas por su mano cambiaron su vida. Lo creía firmemente.

            Esa tarde, digo, estaba nervioso. La niña no llegaba. En menos de una hora vendrían a entrevistarle a casa: una entrevista previa a la exposición; se la haría un importante periodista, reputado experto en arte.

            Cuando por fin llegó Lena, a su padre le faltó tiempo para poner un pincel y la paleta en las manos de la niña. Ella, obediente, cogió su banquito y se puso a hacer sus gracias –pequeñas, eso sí– en todos los cuadros de su padre, ya terminados y firmados.

            Quiso la suerte que ese día el periodista llegara bastante antes de lo previsto. El pintor lo llevó encantado a su estudio, pero lo que no pudo prever es que su hija no había terminado, aún le falta un cuadro por manchar. El periodista quedó boquiabierto viendo de espaldas, sentada en un banquito, a una niña de unos siete años, con dos coletas brillantes, y un pincel en la mano izquierda, muy concentrada en poner unas manchitas color púrpura junto a la firma del pintor. Los dos hombres se miraron: uno, rojo como la grana (había sido descubierto el secreto de su suerte); el otro, pasmado, con la perplejidad y la suspicacia pintadas en la cara.

            –¡Oh, no! ¡Esto no es lo que parece!

            Y comenzaron las absurdas explicaciones.

            El precio del éxito.

 

Remedios Llano

Febrero 2022

COMILLAS

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