(Debe ser leído en andaluz, con resonancias de cueva del Sacromonte)
Me
llamo Soraya Vargas Heredia, aunque en mi partida de nacimiento no pone Soraya
sino José Luis. Pues sí, yo nací del seso
opuesto; pero ya desde renacuajo no estaba contento con mi cuerpo y le decía a
mi madre: mamá, que a mí esto me da mucho asco, yo no quiero tener esta cosa
entre las piernas, que yo me siento mujer. Y al principio mi padre me daba una
mano de hostias –no digo lo que pienso de él por la memoria de mi abuela, que
lo parió y era una santa, que si no…–. Pero al final, una es muy terca y me
salí con la mía: operaciones, hormonas, la de Dios, hasta que conseguí el
cambio de seso. Y a que he quedado
bien, ¿eh? ¿Qué pensáis de este cuerpo que me ha quedado? ¿Qué me decís de
estas domingas última generación? Nada de globos de esos que se te quedan
tiesos de punta cuando te tumbas a tomar el sol, ¡cuatro mil euracos cada una! Y
estos morritos silicona que parezco la Kardashian, ¿qué? Todo de primera
calidad. ¿Está buena la titi o no está buena la titi? ¡Pues eso!
Pero,
mira por dónde, nadie me llama tampoco Soraya: mi nombre de batalla es La Trempanera. Pero ojo, no se os
confundáis ustedes, que esto no es lo que parece. Me llaman La Trempanera porque es que, hasta hace
cuatro días como quien dice, me levantaba yo muy trempano. A las cinco la mañana, para ser cronqueta. Y es que servidora, aquí donde me veis con este cuerpo
serrano que se han de comer los gusanos, era locutora radio y empezaba a
trabajar a las seis de la mañana. Asín
que a las cinco sonaba el despertador, me levantaba como una ensalación, me tomaba dos cafés, me
lavaba la cara, los dientes y el potorro y salía cagando leches medio sonámbula,
que me iba el tiempo justo y a las seis en punto estaba en el aire, oséase hablando por la radio a nuestros
queridos camioneros para que no se durmieran al volante.
¿Qué
pasa, que os extraña que fuera locutora porque hablo ansín? Pues mira, la cosa es sencilla. Antes tenían contratada una
gachí que era de Valladolid y que hablaba ella muy fina, pero que aquí, de tan
fina que era, no la entendía ni Dios, y los pobres camioneros, en lugar de
entretenerse, se adormecían aún más y se pegaban unos de castañazos que morían
como moscas, los pobrecitos míos. Asín
que hicieron un casting –sí, cohone,
un casting, ¡qué pasa!, a ver si os
vais a creer que aquí no gastamos de esas moderneces–
y nos presentamos tres gachís. Y servidora ganó por goleada, porque las otras
dos venían de la capital y tampoco se las entendía, mientras que a mí me
entendía todo el mundo. Asín que hasta
hace poco servidora era la locutora de las madrugás
de Radio Sacromonte al Volante, y los
camioneros estaban encantados porque se me entendía todo y ya no se pegaban de batacazos.
Yo les animaba, les apaciguaba para que no tuvieran celos de que sus mujeres se
quedasen solas, que a esas horas de la madrugá
no está la gente para cuernos, y cosas serias por el estilo para que fueran
felices a ganarse el parné.
A
ver, no os voy a mentir: el trabajo era jodío, porque una no es de piedra y por
las noches le gusta estar un poquillo de juerga con los amigos y, entre pitos y
flautas, te vas a dormir tarde y luego, por la radio, la que estaba medio
dormida es una servidora y decía unos disparates que no veas. Por eso, mi amiga
Pepa la de la zambomba me comía el seso
para que dejara aquella ocupación tan dura y me fuera a currar con ella: que
empezaría a trabajar después de cenar y que a las cinco de la mañana, cuando
antes me tenía que levantar como las gallinas, ahora ya habría terminado el
curro, y podría levantarme a la hora que me diera la gana y encima ganando más
pasta y con las copas gratis. Y además que, con este cuerpo Hollywood que Dios
me ha dado, iba a ser la reina de la
noche, porque a muchos les gusta más una mujer reciclada que una salida de
fábrica. Así que me dije: “Pues sí, ¿por qué no? Al que no le guste, que se
joda”, y los que se jodieron fueron mis pobrecitos camioneros, que ahora les
habla una gachí llegada de Segovia que tampoco hay quien la entienda y se
vuelven a pegar unos porrazos al volante que están la mitad de sus mujeres
viudas. Pero yo qué le voy a hacer, ¿no? Una tiene que mirar por sus intereses.
Ahora
estoy encantada con mi trabajo con Pepa
la de la zambomba. Empiezo a currar a las once la noche, más o menos, y es verdad
lo que me decía, que a las cinco la mañana, cuando antes me levantaba, ahora ya
estoy durmiendo en mi camita más feliz que unas Pascuas.
¡Eh!
¿Qué estáis pensando con esas caras? ¡Que esto no es lo que parece, coño! Mira
que sois mal pensaos, ¡ojalá se os retuerzan las tripas y os salgan por culo
todos esos malos pensamientos sobre mí, ozú! Que ahora trabajo con la Pepa como
palmera en la cueva del Antón, que siempre se llena de turistas, y hemos tocado
las palmas para todos los mejores: Camarón de la Isla, Diego el Cigala, Manolo
Caracol, la Niña de los Peines; para todo lo mejorcito, nosotras hemos estado y
estamos ahí dándole a las palmas, “¡ele, ele, viva tus muertos!” Y encima de
ganar una pasta, me pagan las copas, asín
que vuelvo todas las noches con la calefacción encendida por dentro. Algunas veces
con el culo dolorido, tampoco nos engañemos, ¡ea!
José-Pedro Cladera Fontenla©
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