martes, 15 de febrero de 2022

PLANO SECUENCIA

  


Transito a duras penas, esquivando cascotes y cenizas de contenedores quemados. “Esto no es lo que parece”, me resuena en la cabeza y soy incapaz de olvidar ese impostado e innecesario embuste. El día sigue despejado, con una perenne boina de mierda sobre nuestras cabezas. La jornada se presenta agitada para los ciudadanos y comprometida para las fuerzas del orden. Tocan en el palacio central, con todo el papel vendido, “Bocata de Pulpo”, la banda más popular del país, y la ciudad está llena de puntos calientes de agitación colectiva. Hemos quedado para ir juntos porque las entradas las pillamos antes de aquello; ese episodio que no me atrevo a afrontar y que me tiene sumido en estado de pesadumbre continua. Han pasado casi dos meses y sigo sin fuerzas. Soy incapaz de contárselo a nadie, no sé si por miedo a aceptar el engaño o por vergüenza. Es cierto que no soy lo que llaman un “empotrador” al uso y que tú sí que parecías mucho más fogosa y con más apetencias, pero yo te quería y te cuidaba en todo momento.

Sigo avanzando hacia mi destino y veo como están “apalizando” a unos pobres niños que no deben de tener más de catorce años. Se trata de facciones animalistas en contra de la tendencia que han creado en las cadenas de comida rápida ofreciendo en sus menús bocatas de pulpo. ¡Joder!, pienso que la repercusión que ha tenido Bocata de Pulpo en la sociedad es increíble y que nos estamos volviendo locos de atar, también. Se me interfiere tu imagen en la cabeza y siento que eres mucho más mala y cruel que esos descerebrados que apalean niños por el simple hecho de pedir bocatas de pulpo.

Demasiado ruido. Me pongo los cascos y suena “Fuck Tha Police” de N.W.A. Al fondo distingo más fuego y un montón de jóvenes corriendo hacia mí. Se trata de grupos nacionalistas gallegos, más encendidos que las llamas que me rodean porque Bocata de Pulpo son de la Línea de la Concepción y ellos creen que el pulpo es de su propiedad, cuando los octópodos están presentes en todos los océanos. Estos colegas están tan abducidos que si “Bocata de Pulpo” se hubiese llamado “Hamburguesa Crujiente” hubiesen reclamado que la única ternera existente es la gallega. Pienso en el pulpo y me viene a la cabeza la imagen del monitor de zumba sobándote con lascivia sobre la mesa de mi despacho y la consola encendida con Animal Crossing en pantalla, como si hubieseis echado una previa partida de calentamiento. Soy un cobarde; miré y otorgué y ahí seguisteis como si no fuese conmigo.

Doblo la esquina y diviso el palacio al fondo, con sus paredes bañadas por la luz de los focos, y a su correspondiente tropa de fieles haciendo colas alrededor. Se me abalanzan un montón de tías con pancartas donde leo “Bocata de Pulpa”. Se acerca una de ellas y, sin mediar, me coloca un boli en una mano y en la otra un bloc para que firme a favor del cambio de Pulpo por Pulpa –animal de compañía, remato mientras firmo–. Eso es lo que he debido de ser todo este tiempo a tu lado, un mero perrito faldero.

Te distingo en la puerta del metro y levanto la mano para comprobar si me ves. Mejor me quito los cascos. En esto, se me echa otra tía encima y se levanta la camiseta, enseñándome los pechos, mientras me escupe y me llama machista cabrón y no sé qué hostias más del patriarcado. Cuando se baja de nuevo la camiseta, veo que ésta todavía ha ido más allá y ahora pone “Bocata de Vulva”. Hago oídos sordos, me limpio con la manga el escupitajo y me acerco a ti.

Sonríes tímidamente y nos besamos en los labios, por inercia, sin alma y sin humedad, como dos muertos vivientes. Saco las entradas, arrugadas, del bolsillo y entramos en el palacio, recorriendo pasillos y abasteciéndonos por el camino de minis de cerveza.

Hacemos hueco como podemos en las primeras filas, con ocho mil almas más detrás de nosotros llenando la pista. Se apagan las luces y aparece un luminoso gigante con el nombre de “Las Vieiras”; la peña se pone eufórica. Es una sorpresa de última hora, nadie sabía que las teloneras iban a ser el grupo revelación de la temporada.

El rótulo de Las Vieras vomita su luz, llenando de blancura todo el pabellón durante tres segundos y otros tres de oscuridad, y así una y otra vez. Empiezan a sonar una especie de cantos de ballenas huecos, espesos y graves. La basca enloquecida. Se fusionan como una especie de gaitas en la lejanía que parecen silbidos de delfines. Me empiezan a empujar en todas las direcciones. Te agarro con todas mis fuerzas, pero nuestras manos se resbalan y te pierdo.

Los tambores y los bombos comienzan al compás:

Un, dos, tres, cuatro

Un, dos, tres, cuatro

Un, dos, tres, cuatro

Las gaitas cada vez suenan más cerca.

Poseídos por el ritmo cadencioso, comenzamos a hacer círculos de seis, de diez, de cuatro, de dos. Todos hacemos círculos con los brazos en alto, agarrados de las manos o golpeando palos: un, dos, tres, cuatro; pero tú ya no estás conmigo, estás en otro círculo y distingo en tu rostro la tristeza y la sorpresa que se enciende y se apaga cada tres segundos a golpes de muñeira.

Y un, dos, tres, cuatro. Te alejas.

Un, dos, tres, cuatro. Languideces.

Un, dos, tres, cuatro. Desapareces.

Sale al escenario, pandereta en mano, Adelaida, la líder del grupo. Un, dos, tres, cuatro. Brazos arriba y catarsis colectiva. Un, dos, tres, cuatro. Agarra el micro y brama: ¡Esto no es lo que parece, pero es la puta realidad!

—¡Corten! Paramos cuarenta minutos y volvemos para rodar el siguiente plano según escaleta.

 

Óscar Nuño©

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