martes, 15 de febrero de 2022

NIEBLA

 


 

La habitación se siente oscura; una niebla espesa cubre la única ventana de la estancia y no deja pasar ni un rayo de claridad. La única luz entra por debajo de la puerta, en un tono amarillento enfermizo. Me muestra una estancia minimalista –según dirían las influencer–; pero para mí es austera, simple, o peor: sin vida.

Me encuentro sentada en un viejo sofá de cuero, o que fue cuero cuando se compró. Escucho voces detrás de la puerta; reconozco casi todas: el director, la jefa de estudios, mis padres, pero… a una de ellas no consigo ponerle rostro, y eso que es mi deporte favorito, cuando veo películas, descubrir dónde he escuchado esa voz anteriormente.

Decido abstraerme de esa conversación tan ajena y tan mía a la vez, esconderme en las esquinas de mi mente –esos lugares en que me siento bien, real, y no la sombra que todo el mundo ve y cree entender–. Ya es hábito, no recuerdo cuándo fue la primera vez que descubrí que allí, solo conmigo, era feliz y, todavía mejor, no dolía ser yo. Porque fuera de mis esquinas, ser yo es horrible, simplemente horrible.

Sin darme cuenta, unos ojos color ceniza escrutaban todo mi ser, sin haber pedido permiso. Me siento indefensa y se refleja en mi cara en forma de mueca, provocando que esos ojos ceniza sientan más culpa que intriga.

            –Hola, soy Eva. Tú eres Patricia, ¿verdad?

            –¿Vas a fingir como si no conocieras todo de mí? Esa puerta no bloquea los sonidos y he escuchado cómo te ponían al tanto de “mi vida y sus problemas”.

Mis padres eliminan sus miradas de su campo de visión, se sienten culpables de no poder ayudar y de haber hablado de mí sin mí.

            –Patricia, esto no es lo que parece; yo no he venido a juzgarte, y ellos simplemente quieren ayudarte.

–¿Cómo vas ayudarme si ni yo misma sé qué me pasa? O si sé qué siento pero no sé ponerle nombre y, menos, remedio.

Eva se levanta, habla con mis padres y el director. Ellos, mirándome de forma temerosa, asienten y desaparecen de la estancia. Ella vuelve a sentarse enfrente de mí y su mirada vuelve a atravesar mis ojos.

            –¿Quieres hablar de ella?

            –¿Serviría de algo?

–Patricia, ellos me contaron qué paso con Ruth, pero quiero saber qué te paso a ti en ese momento, y sobre todo meses después.

            –Me sentí sola, abandonada, impotente, rota, triste; pero sobre todo, me sentí impostora de sentir dolor, ese dolor que no vi en ella y le hizo tomar la decisión de desaparecer. ¿Cómo puede alguien ocultar todo ese dolor y dar consejos o querer como mi amiga me quería? ¿Cómo? ¿Cómo no vi que se rompía por dentro, que día a día se desmoronaba? Ellos no se imaginaron el daño que le hacían. Nunca pensé que el bullying quedara impune. Porque ellos ahora se sienten culpables, pero ¿se sienten culpables de lo que le hicieron o de que ella se quitara la vida? Me levanto del sofá y froto mis ojos llenos de lágrimas. Eva, simplemente la echo de menos; y esta sociedad que me rodea me hace sentir cada vez peor, porque me miran con compasión y yo solo quiero tener una última conversación con ella.

            –¿Para qué?

–¿Cómo que para qué? Para abrazarla, para reírnos juntas; pero sobre todo, para despedirme de ella y decirle que este mundo es una mierda, que la sociedad premia más la violencia que la empatía, que prefieren vivir es sus mundos virtuales perfectos que en una realidad imperfeta pero real; pero sobre todo, para decirle que mi vida sin ella no va ser igual y que la quise como era, con sus aristas y sus tristezas.

            –Patricia, escríbele una carta, despídete de ella y quítate esa carga tan pesada que tú sola te has cargado.

            –¿Y con esa carta conseguiré eliminar el odio que siento cuando me cruzo con sus acosadores y maltratadores? Porque los veo todos los días en el instituto.

–Ella ya no está, pero eso no implica que ellos queden impunes, que ahora parezca que no hicieron nada porque ella no puede defenderse.

–Me siento impotente, me siento mala persona y simplemente necesito tiempo. Tiempo para que el dolor sea menor. Tiempo para llorar. Tiempo para odiar. Tiempo para perdonar. Tiempo para aprender a vivir sin ella. Diles a mis padres que me dejen espacio y tiempo. No necesito más, porque lo que necesito ya no está, y sus acosadores serán juzgados por la ley, pero sobre todo por sus conciencias. Nos volveremos a ver, Eva. Necesito ayuda para manejar tantos sentimientos, pero por ahora, simplemente déjame tiempo y espacio para vivir.

 

Jezabel Luguera©

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