sábado, 16 de abril de 2022

LA VIRGEN DE VALMAYOR

 


    

            Esta vez no es uno de mis relatos al uso. Voy a procurar narrar unos hechos acaecidos a principios de los años noventa. Hechos reales con los que pude comprobar lo que es la buena estrella.

            En aquella época, yo era catequista en Comillas. Un grupo de amigas, junto a otras ya veteranas en estas lides, decidimos dar catequesis durante un par de años o tres, motivadas por el hecho de que nuestros hijos querían hacer la primera comunión. Queríamos formarlos nosotras para evitar injerencias externas y tal vez algo alejadas de nuestra forma de vivir la religión. Tan felices que empezamos. El sacerdote responsable era una persona sensata y cercana, amable, aunque estricta en su relación con los niños. Entre todos hicimos un buen equipo. Así fue todos los sábados por la mañana durante dos años.

      El tiempo transcurría relajado y feliz. Teníamos campamentos, cines, juegos, viajes a la nieve; pero el éxito total eran las excursiones. Y date aquí que planeamos una excursión a Liébana. El destino era la ermita de la Virgen de Valmayor, cerca del pueblo de Vega de Liébana, a pocos kilómetros de Potes. Un hermoso lugar próximo a la montaña, con arboledas y praderas, donde habíamos proyectado hacer una comida campestre y una tarde de juegos con todos los niños. Llegó el día. Amaneció soleado y brillante, un cálido día de junio. De Comillas partió un autobús con unas sesenta y cinco personas: niños y niñas entre los siete y trece años, sus catequistas y su sacerdote. Llegamos después de un buen viaje y el lugar nos pareció fantástico. Tras tomar contacto con el lugar y organizarlo para comer a la sombra, nos preparamos para celebrar la misa en la ermita.

            Se daba el caso de que el sacerdote tenía sus costumbres, y le gustaba que los feligreses ocupásemos siempre los primeros bancos, sin huecos –“como hermanos”, nos decía–. No quería gente desperdigada por la iglesia –“cosa bien triste”, solía decir–. Y henos aquí a todos bien juntitos en la parte delantera, ocupando algo más de media ermita, quedando la parte trasera literalmente vacía.

Aunque era sábado, había unos obreros trabajando en el tejado; se estaba restaurando el templo y nos comentaron que querían acelerar los trabajos. Nos prometieron no hacer mucho ruido. Las catequistas ocupamos los bancos detrás de los niños. Poco antes del padrenuestro, donde antes solo se escuchaba el piar de los pájaros, comenzó a retumbar algo parecido a un trueno. No paraba. Recuerdo mirar atrás y levantar la vista, y ver el cielo, literalmente. El techo y con él el tejado se estaba desplomando despacio, el ruido y los escombros iban avanzando de atrás adelante. Un obrero, el más joven, se aferraba a una viga a varios metros del suelo, gritaba aterrorizado, y el tejado seguía cayéndose. Durante unos segundos, el silencio fue sepulcral en los bancos. El terror plasmado en la cara de los niños, vuelta arriba su mirada. De pronto, todos a una, comenzaron a gritar, asustados. Como pudimos, mantuvimos la sangre fría y les fuimos sacando poco a poco por una pequeña puerta lateral. Todos a salvo, con motas de cal y arena sobre nosotros, que luego los pequeños mostrarían encantados. Cayó más o menos un tercio del tejado. Una mano compañera y valiente agarró al chico que estaba colgado en el vacío y logró levantarlo y ponerlo a salvo.

            Ya en la braña, todo eran gritos y lloros. Grande fue el susto, muy grande. Poco a poco, llegó la calma. Bajaron los obreros y se unieron a nosotros con fuertes y nerviosos abrazos. Temblaban, pues sabían la cantidad de niños que había en el interior. Más tarde se terminó de celebrar la misa al aire libre. Al poco tiempo, comenzaron a subir coches desde Potes: el alcalde, el párroco, la Guardia Civil… Cuando los obreros bajaron y dieron la noticia —entonces no había móviles—, el miedo se apoderó de unos cuantos.

            Nosotros terminamos el día en un ambiente festivo y feliz. Comida campestre, juegos, risas, e invitados inesperados que, mirando a los niños, solo sabían dar gracias a Dios.

            Ahora decidme: ¿Fue cosa de brujería o solo un capricho de la diosa fortuna? Yo creo que la Virgen de Valmayor fue quien estuvo al quite.

 

Remedios Llano Pinna

Comillas. Abril 2022.

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