Un
mes arrastrando la palabra. No. Nunca la había escuchado hasta el día en que Rafael la puso como tema obligado para
el futuro taller. Marjal… marjal… No; no me decía nada. Y tampoco encontraba en
ella el detonante que me empujara a escribir. Y eso que escribir me cuesta
poco; pero siempre hay un motivo que me empuja: me vale para ello cualquier
cosa; especialmente recuerdos. Será porque con el paso del tiempo van
quedando archivados, amontonados unos sobre otros en el cajón sin fondo de mi
memoria, y de vez en cuando tiro del hilo que asoma, y hala, el relato fluye.
Otra vez puede ser una situación imprevista, una expresión cazada al vuelo, la
ráfaga de un perfume evocador…
Entonces
me pongo a escribir sin pensar si aquello puede interesar o no a un hipotético
lector, porque lo único que me importa en ese momento es ir desgranando letras
y divertirme entrelazando palabras…
Pero cuando te ponen un tema, es otra cosa.
La
inmediata fue acudir al diccionario, para al menos saber de donde procedían los
tiros. Y aprendí que marjal es una zona húmeda, generalmente cercana al mar, y
de gran riqueza tanto en flora como en fauna…
De repente en la pantalla de mi cerebro apareció la imagen de las
Pedreñeras del otro lado de la bahía de Santander, arañando el fango de su
marisma, y aparecieron cestos llenos de almejas preciadas como auténticas
perlas. Pero creo que esto tampoco
respondía muy de acorde con aquello del
verdadero significado de la palabra marjal.
Y
mira tú por dónde, así, a lo tonto,
cuando ya dejé de pensar en la palabreja,
me dí cuenta de lo que realmente era para nosotros el marjal: Era el
punto de unión, la cita, la convocatoria, de toda esa gente buena que sois los
componentes del Taller de Escritura de la Biblioteca Municipal de San Vicente
de la Barquera. ¡Viva el Marjal, y viva el Taller! Os quiero, coño.
Jesús González ©
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