EL FARO
Las inundaciones del año 82 habían
anegado las tierras que cultivaban en Valencia por lo que Pau Pons se preparó
para las oposiciones a farero que se convocaron en el BOE en 1985.
Recoge los pocos enseres que posee y
acompañado por su resignada esposa se traslada a Santa Pola,(Alicante), a
ocupar su plaza de farero.
A sus 48 años, Pau añora el trabajo al
aire libre, unas veces segando, otras
arando la tierra dando órdenes a Percherón: “¡Sóoo!, no tengas tanta prisa; el
trabajo o se hace bien o no se hace….!“!Arre!, ¿Qué, te levantaste
holgazán? A este ritmo, llegarán las
lluvias y nos cogerán sin plantar el arroz”.
Manuela ha preparado arroz blanco para
comer; la estancia está nublada y ardiente aunque el aroma a pan recién hecho
ensalive la boca de placer. La humedad de las paredes se mezcla con las
lágrimas del matrimonio. Mientras Pau
descansa durante diez minutos, Manuela se dedica a quitar las telarañas que
forman nubes de seda y polvo en la pared
circular. La pobre tose y moquea, pero
sigue con su asfixiante trabajo. “¡Si
pudiera espantar los erizantes chillidos de sus sueños…!” No quiere atormentar a Pau con sus malos
presentimientos, bastante tiene el hombre con gobernar el faro: la limpieza de las bombillas, la
temporización de las ráfagas, el ajuste del pulsador de la sirena… Por lo que
con sus manos dulces acaricia los golpecitos constantes de su amor.
Con el alba, enciende la lumbre prepara
las rebanas de pan con aceite de oliva,
calienta la leche que con el café recién hecho aromatiza la estancia de
tal forma que atrae a su esposo como un imán.
Manuela sostiene el bol en la cuenca de sus manos. “Quieran los dioses que el amor que espera sea tan hermoso como la
cerámica que acaricia” Con los ojos
cerrados, el sentido del tacto acaricia el fino y aterciopelado material
adornado de azahares perfumados.
Nocturnas risitas la devuelven a la realidad.
“¡No llores más mi amor,no llores!” musita
mientras va girando en torno. La
creación de faros y más faros mitigan su pesadumbre, el chirriar de la rueda
borra otros sonidos. Saca del horno las torrecitas ya secas e
introduce las nuevas. Para el mediodía,
el hogar ya ha perdido su rojo bermellón y Manuela se dispone a preparar el pescadito frito. El ambiente está muy caldeado por lo que
Manuela abre el ventanuco enrejado. El bebé se ha dormido acunado por la brisita. Los faros se van hermoseando: parecen de oro
en contacto con los rayos de sol.
¿”Será su amor tan perfecto”?
¡No llores mujer! ¡Enjuga esas lágrimas! Pau pasa sus diez minutos acariciando con sus curtidas manos el futuro tesoro
mientras Manuela hecha un ovillo se acurruca en el pecho de su risueño
esposo. ¡Ya no hay telarañas en el faro! El polvo se ha ido posando bajo las gotas de agua y las lágrimas.
Manuela ha dormido de un tirón. Su cara muestra menos arrugas, las ojeras se han reducido; solo su amor se
ve más espléndido. Manuela dirige los diamantes de sus ojos hacia sus otros
tesoros. “¿Once? “ Se frota los ojos y
los va contando cual matemática:” Sí,“once” ¿Quién se burla de ella?, ¿Su Hijo?, ¡No! No siente patadas de enfado.
Está determinada a pasar la noche en
vela. Toma un tazón de café cargado.
Oye el pausado dormir de su
esposo, ve los haces intermitentes del
faro, siente el corazón latente de su amor… y de pronto, percibe unos soplidos
y golpes de pala. Manuela lleva sus
manos al vientre; el bebé duerme mecido por los soplos del padre. Estira
la cabeza cual jirafa que busca las hojas más altas de acacia., y ve
cómo un gnomo se hace con uno de sus
faros, luego ase otro, y otro… y los va escondiendo en un saco que acarrea en
su espalda. “Ji, ji, ji”… y se aleja.
El dormitorio se ha convertido en la
alcoba de la felicidad. Manuela sabe,
por fin, que su amor vive feliz en ella.
El médico les hace la visita mensual; el
chupito lo deja para después del parto.
Manuela acostumbrada a las tareas
duras del campo da a luz sin histerismos. Suavemente fluye el hijo en su membrana
proyectora. En la mesa, sobre el
aguamanil, luce un lienzo tejido con
hilos de oro. Manuela envuelve a
su gran amor en él.
Sus ojos se fijan, por un segundo, en la
repisa vacía.
San Vicente de
la Barquera, 13 de diciembre de 2015
Isabel Bascaran
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