EL FARO ROCA
-Abuela, ¿cómo se llama el Faro?, -pregunto.
-No sé, es un Faro.
-Pero ¿tiene apellido como yo?
-¡Ah, sí Cris!, Faro Roca. Perdona,
hija, estaba distraída en mis cosas de vieja.
Mi hermano estaba atento a nuestra
conversación y dijo:
-Abu, Abu, quiero ir al Faro Roca.
La abuela, no sé muy bien por
qué o sí, creo que pensó en alto, diciendo:
-Ummm... este niño, cada día se
parece más a Joselito.
Pensé que no era un familiar
nuestro, se refería, a aquel niño que parecía un viejo recortado, mandíbula
saliente, cabezón, que lloraba, lloraba y seguido cantaba en todas sus
películas. Nunca entendí esto, ¿llora y después canta? Yo cuando lloro, lloro y
que ni me hablen de cantar. Bueno pues a ese se parece el okupa. Tiene razón mi
Abu.
-Mañana, querido, buena idea,
iremos los tres al Faro después de comer.
Mi hermano y yo, estábamos
ansiosos de que llegara la hora de la comida, nos sentamos a la mesa sin que
nos tuvieran que llamar. De primer plato había sopa, la probé, mamá al ver mi
gesto, dijo:
-¡Cómetela Cris, está muy buena!
-Mamá, tú y yo tenemos gustos
diferentes, somos como Mafalda y su madre, te empeñas en que nos llevemos mal
por culpa de la sopa.
Frunció el ceño como el Okupa,
se le juntan las dos cejas en una y eso significa... ¡peligro, peligro! me la
tomé. Abu, dijo:
-¡Chicos, preparados. Nos vamos al
Faro!
Tropezón en el pasillo, tiro a
mi hermano al suelo con las prisas, llora y llora (¿cantará después?)
-Cris ¿qué tienes que decir a tu
hermano?
-¡Que se aparte! -(aquí me la
jugué).
Partimos hacia el Faro, la
tarde era perfecta bajo un sol otoñal. Nos encaminamos por un verde acantilado,
a la izquierda el mar de un azul intenso, se podía oler el salitre desde allí
arriba. La abuela iba en medio, dándonos la mano, el Faro cada vez estaba más
cerca. Al llegar, miré hacia arriba y casi me caigo ¡qué alto era!, de piedra,
una pequeña puerta flanqueaba la entrada. Abu, dio unos golpes con la mano, al
cabo de un rato, la puerta se abrió, apareció un señor de edad, cabello y
bigote blancos muy alto y aún fornido, sonriendo dijo:
-Hola Mamen, ¡qué agradable
sorpresa!
Okupa, se anticipó diciendo:
-¡”Gloriciosa” tarde señor!
Ésta ya ha petado ¿gloriciosa?,
pensé.
-Hola Pedro, vengo con mis nietos
Cris y Guillermo. Niños este señor es un amigo de la infancia, aquí jugábamos.
Él ha vivido en el Faro toda su vida, nació en él ya que su padre también fue
farero.
-Encantado de vuestra visita y tú
¿qué tal estás Mamen?
¡Oh, Oh!, cuando a la abuela
le hacen esta pregunta...se te hace de noche y sí, así fue, se nos hizo de
noche. Mágicamente el Faro se encendió, arriba en lo más alto con una potente
luz que aparecía y desaparecía. Abu echó en falta a mi hermano, le llamó:
-¡Guillermo...mo...mo...mo! ¿dónde
estás...tas...tas...tas? ¡Ven aquí...quí...quí...quí!
Había eco. De pronto apareció
deslizándose por la barandilla de las escaleras de caracol del Faro y ¡zas!
batacazo en el suelo. Tenía la culera del pantalón de pana degastada ¡y para
que un pantalón de pana se desgaste...! Lloró y lloró, que cante que cante,
pensé, pero no, esta vez tampoco lo hizo, dijo:
-¡Señor “farolero”, solo quería
ver cómo eran de gordas las pilas del Faro!
Ana Pérez Urquiza ©
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