EL LIBRO
Peliagudo el tema. ¿qué
puede decirse que no se haya repetido ya mil veces, sobre el libro? Los libros
me acompañaron toda la vida. Nada más nacer, me inscribieron en uno, y
nada más morir, lo certificarán en otro. Y entre el que me dio la
bienvenida, y el que me despedirá para siempre, hubo cientos de ellos que me
ayudaron a ser persona: El más antiguo que recuerdo, creo que se llamaba “Rayas”.
Me sirvió para aprender en él el nombre de cada letra, y también me sirvió de
modelo para aprender a escribirlas. ¿O fue “Palotes”, quien me
mostró los trazos que debía utilizar para escribir aquello de “Mi mamá, me
mima”?
Más tarde llegó el “Para mi hijo”. Un libro de lectura adaptado para
todos los años de la vida escolar de un niño, del tiempo aquél en que yo lo
fui. Un libro entrañable que comenzaba con cuentos simples, (para la
fácil compresión de los pequeños), impresos con grandes letras, y
terminaba con historias ejemplares escritas con letras de calibre normal
11 o 12, capaces de hacer pensar sobre el tema narrado, a niños de doce a
catorce años… Empezaba con “El niño enfermo”; hacia el medio “El
indio goloso”, “Mejor aún…”, “El racimo de uvas…”
También fue libro la “Enciclopedia Escolar” donde se condensaban las
distintas asignaturas obligatorias de la época. Y la “Historia de España”,
la “Historia Sagrada”, y el “Catecismo” del padre Astete.
Sucedáneos
del libro fueron en mi infancia el “TBO”, los cómics de “Roberto
Alcázar y Pedrin”, o“El Guerrero del Antifaz”, que no llamábamos
cómic, sino chistes, o cuentos de dibujos…, pero que alimentaron mi gusto
por la lectura hasta que, pasando por los diminutos “Cuentos de
Calleja”, salté a las maravillosas aventuras de “Sandokan”, “el
tigre de Malasia”, y “La Mujer del Pirata”, con Emilio
Salgari, o a las de capa y espada como “El Cisne Negro”, o “El
CapitanBlood”, que con tanta maestría me relató Rafael Sabatini…
Y a partir de ahí, lo que cayera en mis manos. Nunca demasiado, y jamás
atracones literarios. Siempre a un ritmo lento, pero constante. Cada libro es
una joya, y aún cuando también existen los de oropel, siempre se
puede descubrir en ellos, puntos brillantes de
fantasía.
La simple estructura de un libro, me atrae como el imán atrae al
metal. Porque siempre es maravilloso y sorprendente que, con solo
veintisiete letras repetidas cientos o miles de veces sobre un montón de hojas
de papel en blanco, pueda conocer desde la historia del Universo,
hasta el más recóndito sentimiento de un poeta soñador…
Jesús
González ©
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