LOS CEREZOS DE CRISTAL
Sofía y Ángela son muy amigas. Aquel sábado de principios de
verano fueron al cumpleaños de su amiga Mª Cruz que vivía a las afueras de la
ciudad camino del monte. ¡Se lo iban a pasar genial! Tenían muchas ganas de
corretear por el campo; una primicia de lo que acontecería con las vacaciones
cercanas.
Iban cómodas de ropa, cola de caballo, pantalones vaqueros y
deportivas, casi parecían hermanas, las dos rubias, solo que Sofía tenía el
pelo muy liso y a Ángela los ricitos se le escapaban por doquier.
Ya estaban en las afueras y comenzaron a subir una pequeña
cuesta entre prados y casas de campo hasta que llegaron a una puertecita junto
a una fuente de manantial donde su amiga las estaba esperando, así se evitarían
dar un rodeo para entrar por la puerta principal.
Se abalanzaron sobre ella entre risas para tirarla de las
orejas hasta contar doce. -¡Feliz cumpleaños! -Dijeron al unísono-.Mª Cruz era
morena y llevaba el pelo muy corto, su cara era muy graciosa con los hoyitos que
la salían al sonreír, por lo demás también se había puesto cómoda.
Abrieron los regalos. Sofía una colonia fresca de moda dentro
de una bolsita muy graciosa de patchwork y Ángela un libro “Los cerezos de
cristal”. Cuando fue a la librería le llamó la atención el colorido tan bonito
de la portada de aquel cuento, quizás fuese para niños más pequeños, la dio
igual; se lo compró.
Entraron en la finca, por aquella zona había un pequeño
estanque y cerca el gran invernadero, ya que la madre de Mª Cruz tenía una
pequeña floristería en la ciudad. Rosas de varios colores, claveles y gladiolos
era lo que acertaban a ver cuando se acercaban.
Corrieron y saltaron entre los robles que por allí había y se
hicieron coronas de margaritas silvestres hasta que la madre las llamó:
-¡Niñas, es que no queréis merendar!- Subieron riendo la pequeña pendiente
hasta la casa, tenían la merienda preparada en la terraza entre tiestos de
gitanillas de color rosa y comieron con ganas, el ejercicio las había abierto
el apetito; luego quedaron relajadas y silenciosas. Mª Cruz cogió el libro de
tan llamativos colores, lo abrió y comenzó a leer…
“”Antonio vivía con sus padres en un precioso pueblo, entre
colinas y valles. Sus padres vivían del campo y sobre todo de los cerezos. Era
una maravilla cuando estaban floridos, parecía que hubiese nevado. A la gente
le encantaba ir a verlos, y luego cuando sus jugosos, rojos y dulces frutos
estaban en su punto, llenaban cajas y cajas que irían a parar a las fruterías
para que todo el que quisiese pudiese disfrutar de semejante manjar en un corto
periodo de tiempo.
Antonio veía que se acercaba la hora de ayudar a sus padres y
trabajar a destajo. Los frutos ya pedían
ser recogidos, los estaba mirando al final de la tarde y de repente sintió un
frio inusual. ¿Estaría helando? Se fue a casa preocupado.
El frío arreciaba; tanto que su padre salió a por unos buenos
troncos para encender de nuevo la chimenea, hasta debajo del edredón gordo
siguieron sintiendo muchísimo frío. ¡Estaban asustadísimos!
Por la mañana, cuando los primeros rayos de sol asomaron en
lontananza, abrieron la puerta y corrieron a ver los cerezos.
¡Estaban preciosísimos, brillaban como nunca, el verde de las
hojas puro y transparente, y las cerezas parecían gordos rubíes!
-Pero, qué ha pasado? –dijo el padre. Antonio fue a coger
unas cerezas y vio aterrorizado como se deshacían en su mano. Se habían
convertido en cristal, un cristal bello y frágil, pero incomestible…
¿Qué sería de ellos? No daban crédito a lo que veían.
Una voz las sobresaltó..
-¿Ya no tenéis hambre?, ¡Falta la tarta, y soplar las velas!
Mª Cruz, de repente echó a correr y sus amigas detrás de
ella. Cerca de la casa había algunos frutales, pero ella fue hacia el
único cerezo que tenían y con alivio vio que no le pasaba nada, estaban ya casi
listas para comer. Se fueron riendo a soplar las velas y la tarde siguió entre
juegos y confidencias.
Por la noche Mª Cruz cogió en la cama de nuevo el libro para
seguir leyendo y pidió con todas sus fuerzas que no viniera una helada tan
gorda y a destiempo como la del cuento.
Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ
Enero 2016
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