DE
ENCUENTROS
Encuentros que ya comenté alguna otra vez, pero
resulta que es el tema obligado que para esta ocasión nos puso nuestro director del Taller de
Escritura, y no viniéndome a la mente otros encuentros mejores, no me importa
repetirlos. Además, aunque lo intentara, jamás podría repetirlo con las mismas
palabras, y posiblemente tampoco desde
la misma perspectiva:
En marzo hará un cuarto de siglo
que sucedió, y no sólo no lo he
olvidado, sino que lo he recordado en múltiples ocasiones. Me acababa de
jubilar dos días antes, cuando en plena calle
San Fernando me encontré en Santander con un amigo mayor que yo al que pudiera hacer un
par de años que no veía. Nos saludamos, charlamos de no sé qué, y de repente me
preguntó: “¿Cuándo te jubilas?” – “Me jubilé anteayer”. –Le respondí con una
satisfacción que no me cabía en el cuerpo. –
“¿Ya tienes los sesenta y cinco?” –“No; tengo
sesenta. Me prejubilé voluntario aprovechando una oferta económica que la Empresa estaba haciendo a sus empleados.” - Y
como si acabara de confesar un crimen, se echó las manos a la cabeza: -“¡Cometiste
la mayor torpeza de tu vida! Te arrepentirás mientras vivas.” - Me lo dijo con
un enfado casi paternal, como entre muy
seguro de sus palabras, y dolido al mismo tiempo por mi equivocación. –“Mira
lo que te digo: Ahora vengo yo andando
desde El Sardinero. Todas las mañanas del año hago a pie este recorrido.
Me sé las paradas de todos los trolebuses de Santander, y hasta aprendí de
memoria todas sus matrículas. Conozco a todos los taxistas, y las veces y horas en que van y vienen los barcos de Pedreña y Somo”.
Hizo una parada en su perorata para
tomar aliento, y yo le miré con compasión. Después siguió cargado de razones:
“Las tardes las paso un poco mejor, porque después de comer voy al bar y echo
la partida con otros jubilados. Pero las mañanas son eternas. Y a
pesar de lo dicho, algunas tardes también se me hacen interminables…”
Yo le respondí con la misma
seguridad y el mismo énfasis que él me hablaba: -“Pues yo no pienso
aburrirme ni un minuto.” Y el pobre
hombre se carcajeó de mí.
Se murió hace ya muchos años. Seguramente se murió de
aburrimiento, con los pies planos y las
suelas de los zapatos finas como un papel de fumar. Nunca tuve ocasión de confirmarle lo que le
aseguré. Pero quiero aprovechar esta ocasión de ahora para agradecer al Taller
de Escritura y al Club de Lectura el favor tan grande que me están haciendo al
darme un entretenimiento que me impida sentarme a contar los coches que cada
día pasan por delante de mi casa…
Jesús
González ©
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