UNA TARDE DE
TORMENTA
Al
abrir los ojos nada me resultaba familiar, también la falta de luz acrecentaba
esa sensación de no saber donde estaba.
Solo
escuchaba clac, clac, clac, clac…. Ese sonido, sí que era familiar para mi, era
el de agua y a veces hasta granizo golpeando en un cristal, con ayuda del
viento.
Ya
tenía algo de idea de donde me encontraba, en algún lugar con ventanas y tiempo
de tormenta.
Al
clac, clac de antes se le sumaron siseos del viento acompañados por sonidos de
truenos cada vez más continuados, la verdad parecía una orquesta tocando y cada
vez se le sumaban más instrumentos (sobre todo de viento y percusión).
Intenté
alcanzar la ventana y así poder ver el paisaje y reconocer algo del mismo para
poder tramar una plan de huida. Pero me fue imposible alcanzar la ventana y no
porque estuviera muy lejos o atada, sino porque una extraña tela cubría todo a
mi alrededor, en forma de cúpula. No me permitía levantarme, podía si moverme, mi prisión tenía limites, intente
quitarme la tela de encima pero parecía pegada al suelo era como una cueva en
la que solo había un habitante, “yo”, y ninguna puerta.
Fuera
de mi cueva/prisión escuchaba como la tormenta aumentaba y aumentaba, la
orquesta estaba en el momento álgido y yo encerrada, a oscuras, en mi cueva de
tela.
Cuando
desistí de buscar una salida me di cuenta de que no se estaba tan mal en mi
prisión, había calor y nada de humedad, eso si no había comida por ningún lado
y mi tripa había empezado a rugir, “y ¿ahora qué hago?”, -pensé.
Pero
en ese preciso instante, una silueta apareció de la nada y con ella un olor… a
chocolate caliente; cuando me disponía a atacar a mi atacante me desarmo con
un….
-
Trasto, ¿qué te parece si abandonamos tu
tienda de campaña?, que tu abuela nos va a matar si ensuciamos su manta, y
merendamos un poco de chocolate.
Jezabel
Luguera ©
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