EL
OLVIDO
La
última clase era de Matemáticas, y la “Seño” como la llamaban sus alumnos les
puso de tarea nuevos problemas.
-¿Los
habéis entendido? –dijo.
-¡Si
seño! –contestaron todos.
-Para
mañana los quiero ver todos hechos.
Salieron
en tropel, como siempre. Juan no necesitaba coger el autobús, un paseo y estaba
en casa. Cuando llegó, su madre le preguntó si tenía muchos deberes.
-Estudiar
una lección de Lengua y hacer unos problemas.
-Bueno,
aquí te dejo la merienda.
¿Puedo
salir un rato a jugar a la calle?
-¡Primero
los deberes!
-¡Valeee…!
Merendó
viendo sus dibujos preferidos por TV. (Si quiero salir un rato no tengo más
remedio que hacerlos rapidito) –pensó. Se fue a su habitación. Abrió el libro y
se puso a estudiar reglas ortográficas… “Eso se le daba bien”. Le llegó el
turno a los problemas. Había dicho como todos que los comprendía, pero cuando
comenzó a leer ¿Qué era aquello? ¡Gallinas y huevos por todas partes! ¿Y si se
morían tantas gallinas? ¿Y los huevos que ponían a la semana? ¿Y las gallinas
nuevas que habían comprado? Etc…
Le
entraron sudores. Mejor sería salir un rato a despejarse y luego ya vería.
-¡Mamá,
salgo un rato!
-¿Ya
hiciste la tarea?
-¡Sí,
no te preocupes!
-Un
rato, hasta que oscurezca –dijo.
Cogió
su balón de colores y se acercó a casa de su amigo Oscar que vivía cerca.
Le
abrió la puerta su padre.
-¿Puede
salir Oscar a jugar un rato conmigo?
-¡Está
haciendo los deberes! –respondió.
Se
fue solo hasta la plaza del pueblo. Allí había niños más mayores que él, así
que se marchó con su balón por la vereda del río dándole pataditas. Se sentó en
la hierba. El caudal había subido el nivel con las últimas lluvias. Salió un
poco de viento. Un periódico se estampó contra un arbusto y se quedó
contemplándolo. Se fue hacia él, lo cogió y se le ocurrió hacer barquitos con
sus hojas. Así se entretuvo un rato y los echó al río. ¡Daba gusto verlos
navegar, iban raudos por la corriente!
De
pronto vio su balón rodar por la ladera sin poder hacer nada, el viento lo
empujaba y solo veía un sinfín de colores irremisiblemente hacia el agua.
-¡Nooo,
mi balón!
Sin
pensarlo dos veces corrió por la orilla a ver si quedaba varado en algún
recodo. ¡Sí! Había quedado trabado junto a una rama gorda. Se descalzó
dispuesto a recogerlo, se arremangó los pantalones y se metió en el río.
-¡Casi,
casi lo tengo, un poco más…!
Y
en ese momento cumbre, resbaló cayendo y mojándose entero. Con el chapuzón el
balón salió rebotado hacia la corriente y en pocos segundos dejó de verlo. Se presentó
de esa guisa en casa, con el consiguiente susto de su madre cuando le explicó
el porqué.
¡Dios
mío, si supieras que precisamente hoy escuché por TV, que un niño se ahogó por
querer coger su balón de un río y que casi se ahoga su hermano también al
querer rescatarlo!
-¿Siií…?
–Dijo Juan asustadísimo.
Con
la congoja en el cuerpo no se volvió a acordar de los dichosos problemas hasta
que apareció su padre en casa que venía de trabajar.
-¡Papá,
papá. ¿Me puedes ayudar a entender unos problemas que tengo que llevar hechos
para mañana?
-¿Qué
es lo que no entiendes?
-¡Es que hay gallinas y huevos por todas partes!
¡Bueno, pues tendremos que poner orden en el
gallinero!
A Juan se le iluminó la cara y hasta se le olvidó
haber perdido su balón de colores. Ahora ya sabía lo peligroso que puede ser en
algunos casos ir detrás de él.
Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ
Abril 2016
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