martes, 1 de noviembre de 2016

ADIOS

ADIÓS,  MI TESORO
 Resultado de imagen de CEDRO

              Al principio, los árboles cercanos como: la frondosa encina, el esbelto fresno, el anciano nogal se reían de él.   Se reían como nos reímos de un tambaleante bebé que se empecina en el arduo esfuerzo de mantenerse erguido.  No le tendían una mano,  “¿Para qué si va a caerse de un momento a otro?”y se doblaban de mofa.  Veían a sus cuidadores que se afanaban en mantenerlo como una tienda de camping: pero acudía el viento y arrancaba las pinzas-anclaje.  Volvían a enderezarlo…lo regaban…lo abonaban…hasta que un entendido les exhortó a que lo  dejaran a su aire;  el arbolito encontraría su equilibrio succionando la vida desde sus raíces.

              Hacia los dos años, que el arbolito enseñó sus ramas nuevas repletas de hojas-aguja.  Y llegó el otoño, y solo la frondosa  encina y él quedaron vestidos.  La savia, suavemente, los vigorizaba. 

               Al llegar la primavera, mientras el fresno y el nogal se iban acicalando, mantuvieron sus ramas en silencio pues fueron percatándose de la relación surgida entre los dos actores perennes.  La encina había adoptado al árbol y lo llamaba “cedro”  El fresno y el nogal quisieron palpar las hojas-aguja y jugar a costureritas,  pero el “cedro” seguía la llamada de sus sentidos e iba creciendo en un geotropismo negativo;  quería ser tan alto como la luna  y superó al jazmín, a la camelia, a la buganvilla; aunque admitía que su verde no podía competir con: el blanco, el rojo y el rosa;  respectivos,a lo sumo los complementaría… ¡Y era feliz!  El rosal silvestre hizo un tándem con el jazmín  y se pegó a una de la ramas del cedro, después se enrollaron al terso tronco,  no sé si por hacerse notar o por estrangularlo.

                       El cedro alcanzó la altura de la encina; sus brazos nunca se encontrarían para un abrazo real, pero se tuteaban, se contaban las cuitas de los enamorados cuervos, de las inmigrantes golondrinas, de los cantarines mirlos.  Sus respectivas hojas se besaban por la brisa y rodaban cuesta abajo por La Solana.   El cedro aprendía a ser paciente y a valorar a todos sus convecinos.

                      El jardín no mostraba síntomas de enfermedad: parecía “El jardín del Edén” Al ras de suelo, florecían las dalias azules, las margaritas africanas, las azaleas fucsias y en ellas libaban las abejas zumbantes y trabajadoras.

                      El dueño empezó a sentir temor al tronco del cedro; en diez años había adquirido una circunferencia de  cincuenta centímetros.  Si tan grueso era, ¿cómo serían sus raíces?  ¿ A dónde se extenderían para beber el alimento?  

                       Sí, tiempo tuvieron para saludarse, el cedro inclinó su cabeza hacia todos sus amigos y lanzó un beso virtual a su madre adoptiva…Y La Solana se esmeró en su aroma y su actividad.

                        El dueño colocó la escalera extensible sobre el tronco y comenzó a hacerle cosquillas en las ramas más altas, las cosquillas se tornaron  rasguños, y luego, las heridas fueron tan profundas  que el lamento cayó junto un cuarto  del cedro. El temerario dueño serró otros tres metros del valioso tronco que fue a precipitarse con un pavoroso estruendo a los pies de la hortensia.   Salió la esposa triste y llorosa.   Despertó la flora de la siesta y sollozaron ante el fresno decapitado.  Todavía, la mayoría, podría llamarlo así, pero   solo la amiga del alma pudo ver el vil asesinato.

                  El árbol perdió su nombre, su semblanza, su imponente porte.  Ahora parece un tótem al que adoran sus hermanos.  Ya nada se retuerce en su tronco, los pajarillos no tienen ramas dónde posarse. Un halcón cubre el atropello de la sierra.

                   Pronto, llegará la motosierra y le podará de cuajo.  La parte más difícil de digerir será el aparato locomotor.  Quizá, no tendrá articulaciones, pero las raíces serán largas, multidireccionales.  ¿Habrá alguna que haya llegado hasta los cimientos de la casa?

                   Las plantas de temporada morirán y con ellas su memoria.  Los  perennes arbustos comentarán a sus futuras flores la historia del ilustre vecino.  El fresno y el nogal dormirán su invernal sueño.  Y quedará la madre encina sin osarse  a decir: adiós.

                                           San Vicente de la Barquera, a 5 de junio de 2016


                                                       Isabel Bascaran ©

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