REFLEXIÓN ANTES DE DESAYUNAR
Con
mi taza de cereales en una mano y mí portátil siendo aporreado por la otra, me
dispongo a desayunar. ¿Me acompañáis?
Abro
la ventana para que Lorenzo amenice mi mañana, pero no entra solo: la música de
la radio del vecino y la misma voz de éste haciendo los coros, son dos
comensales más a mi desayuno.
Sin
darme cuenta, mi cuerpo empieza a moverse al ritmo de los coros de mi vecino y,
en menos de 30 segundos, estamos haciendo un dúo a un piso de distancia. Pero
la canción acaba rápido y los dos nos volvemos a nuestra rutina; o al menos durante
un rato que lo delimitará otra canción que nos guste a los dos y el dúo vuelva
a la carga. (Gracias, vecino. Sin ti, el dúo no sería posible).
A
medio tazón, me doy cuenta de que el reloj de la cocina… Sí, señores, yo
desayuno en la cocina; otros desayunan en el salón, mirando las noticias en la
televisión; otros desayunan en cafeterías o bares para llegar a la hora a su
trabajo, o simplemente porque les da tristeza desayunar solos; y algunos
privilegiados desayunan en la cama. Todos sabemos que desayunar en la cama es
un poco… putada. Es muy bonito ver cómo alguien se ha preocupado de levantarse
sin hacer ruido, ha pensado qué querías desayunar, lo ha preparado como ha
podido y te ha despertado con una bandeja y una sonrisa. Hasta aquí, todo
perfecto, igual que una peli de Hollywood. Pero en cuanto la bandeja encierra
tus piernas encima de la colcha y ves cómo tiemblan los líquidos dentro de las
tazas y vasos, tu mente empieza a mandar mensajes de alerta en forma de… “si se
te cae el café, la colcha no volverá a ser la misma y tu madre te matará,
porque fue su regalo de Navidad”, así que te armas de valor y de todas las
servilletas a tu alcance para cubrir todos los centímetros posibles de ser
manchados.
Pero
la cosa no acaba ahí. En cuanto haces el mínimo gesto de movimiento, la cama
tiene su propia respuesta de acción-reacción y… la mesa se mueve como si
estuvieras en una colchoneta inflable en la piscina de la casa de tus sueños ―perdón,
que me voy del tema―, así que no te mueves si no es necesario o no hay aviso de
bomba.
Y
llega el momento de… comerte las tostadas o cereales o simplemente de darle un
sorbo al zumo de naranja, y parece que nos ha poseído el espíritu de la niña
del exorcista, o sencillamente nos hubiera enseñado a comer un orangután con
pulgas y no para de arriscarse. En definitiva: es muy romántico, pero no es la
manera más cómoda de empezar a alimentar nuestro cuerpo.
Volviendo
a mi reloj de cocina ―que me disperso como los niños pequeños frente a un bol
de golosinas―, me informa de que mi tiempo de reflexión conmigo misma se está
acabando y que tengo que adentrarme en la nueva aventura que supone un nuevo
día.
Os
cuento como desayuno yo. No quiere decir que sea la mejor manera ni la correcta,
pero quería dejar constancia de lo importante que es este acto tan rutinario y
para algunos prescindible, porque cada día es un reto y tenemos que estar
preparados para la batalla.
Jezabel
Luguera González ©
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