LA CONFESIÓN
Inés y María paseando
por el campo.
—¿Y
dices que qué? —le pregunta Inés.
—¡Que
sí, que te juro que es verdad!
—¿Serás
burra? No jures… ¿Y cuándo fue eso?
—Un
atardecer de verano, hará unos años.
—¡Cuéntamelo
otra vez!
—Pero
si ya te lo he contado.
—Confiesa…
confiesa… ¡Yo creo que estás del revés y lo has soñado!
—Estaba
contemplando el jardín cuando, de pronto, vi algo redondo y con luces posarse
sin ruido entre los frutales. Tres patas tenía. Se abrió una puerta y una
escalera, que de plata parecía, se deslizó bajando sin prisa. Yo me agazapé
detrás de un arbusto y vi cómo dos hombres del artefacto salían.
—¿Dos
hombres? ¿Y cómo eran?
—¡Pues
como nosotros! ¿Por qué tienen que ser raros?
—¡Siempre
dicen los que los ven que son rarísimos!
—¡Y
yo que sé de dónde venían! Eran altos. Eso sí, llevaban unos monos ajustados de
un blanco plateado.
—¿Y
qué hicieron?
—Se
agachaban y cogían cosas del suelo y las guardaban en bolsas transparentes.
—¿De
plástico, como las nuestras?
—¡Transparentes!
—¿Y
qué cosas?
—Musgo
entre la hierba, hojas de roble y hasta una manzana y una pera; avellanas del
suelo y hasta ciruelas.
—¿Todo
eso?
—Y
más… ¡Se metieron en la huerta!
—¿Ah,
sí? ¿Y recolectaron?
—El
mejor tomate y el mejor puerro, y hasta la mejor berenjena que tenía echado el
ojo para la tortilla de la cena.
—Alcé
la cabeza y me descubrieron. Estaba llena de estupor y de miedo. Ellos,
solícitos, ademán de subir me hicieron. Temblando como una hoja, no tuve más
remedio…
—¿Y
qué tenía por dentro?
—Pues
como un avión y un laboratorio.
—¿Cómo?
—¡Hija!,
¿no estás harta de verlo por televisión? Palancas, botones, pantallas…
—¿Y
números?
—No, mira, eran signos extraños.
—¿Y
lo del laboratorio?
—Para
analizar lo que cogían, muchos artilugios y pipetas.
—¿Te
hicieron algo?
—Sí,
me tumbaron en una camilla y me pasaron por un aparato.
—¡Vamos,
que te escanearon!
—¡Y
yo que sé! Me cortaron un rizo y me rasparon la piel.
—¡Y
de repente te despertaste!
—¡Que
no, que no! Me devolvieron a mi jardín y, sin hacer ruido, desaparecieron.
—¡Hala,
es más fácil creer en brujas que en eso!
—¡Qué
pasa! ¿Es que vamos a ser los únicos seres del universo?
—¡Tú
estás chalada!
Mª EULALIA
DELGADO GONZÁLEZ
Abril
2017
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