Paseo de verano
Antes de comenzar mi breve relato, me
confieso una enamorada del cine, pues desde una butaca puedes soñar y vivir
otras vidas. Pero mi historia es
real, ya que yo misma la he vivido.
Pasó
hace unos años, un domingo de verano con mucho calor. Mi esposo me propuso ir a
visitar, en la costa, una pequeña cala donde él, desde niño, acudía a pescar y
a coger percebes. Dicho lugar no tiene acceso por carretera, sino a campo
través. Después de un buen rato caminando por piedras y cuestas, llegamos. En
aquel momento, me pareció el sitio más maravilloso del mundo. Había tanto
silencio que hasta nuestras voces hacían eco. La mar, como decimos en San
Vicente, estaba como un plato.
Nos
metimos en sus aguas transparentes y azules. Le comenté a mi marido que daba la
sensación de encontrarnos en otro planeta. El agua me cubría hasta la cintura.
Comencé a notar una fuerza en mis piernas que me arrastraba para el fondo. Pensé
que era mi fantasía; aquella soledad me estaba jugando una mala pasada y estaba
muerta de miedo.
Como
el agua era tan clara, me agaché, a ver qué pasaba. Fue entonces cuando ocurrió
lo mismo, pero esta vez en mis brazos. Comencé a gritar. No sé cómo a mi marido
no le dio un infarto, pues reconozco que parecía una loca. “Tranquila”, trató
de explicarme él.
Pero
ya os imagináis lo que era: pues cuatro hermosos pulpos que, atraídos por mi
piel blanca, se me habían pegado con sus tentáculos como si con super glue fuera. No había forma humana de
separarlos de mi cuerpo. Costó, pero lo
conseguimos.
Comimos
pulpo en todas sus variedades, pero he de confesaros y me confieso que es el
día que más miedo he pasado en toda mi vida.
Mari Carmen Bengochea ©
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