Querida amatxo: Hoy, 26 de diciembre, mi hijo Josetxo me ha felicitado con su humor de siempre: “Ama, ya cumples tantos años como los de cuatro señoritas de veinticuatro primaveras”.
–¡Qué barbaridad, ¿verdad?! –le contesto. Y los dos nos hemos sonreído.
Cuarta
señorita: Llevo una vida serena, arropada –con los edredones y los corazones de
mis hijos–, sin el menor penar. Si abro los ojos, veo la dulzura de las pupilas
de Amparo, Mariano..., su amante titilar. Tengo la sensación de que permanecen
a mi vera, noche y día. Son como ángeles a mi servicio, a mi dicha. Sus dedos,
asidos a los míos, me infunden vida terrenal. El temblor de sus manos me imbuye
sus preocupaciones; sus deseos me irradian la energía cinética –que ya apenas
les muestro–. Yo, a mi vez, me concentro y les apaciguo con mi amor espiritual.
Nuestras manos han alcanzado el mismo nivel de calor que irradian nuestros
corazones: son vasos comunicantes. Tras sus caretas –para aislarme del
coronavirus–, adivino lágrimas de felicidad. Las mías fluyen cual torrentes,
inundando cara, camisón, edredón; conocen mi sensibilidad y mi empatía y, con
dolor y medio susurrando, me informan de que las fauces del cáncer se han
comido las carnes de Carlos Bascan.
Viene
Lorea, que, con la ayuda de mi hija, me higieniza desde la cabeza a los pies.
Indaga mi cuerpo por si hay alguna incipiente llaga. Ahora soy toda crema Nivea y pomada Fonsita bajo mi camisón de franela y una bata de borreguillo. La
habitación ventilada, la cama totalmente remozada me llaman al descanso: ha
pasado una larguísima media hora.
Tercera
señorita: Abren la puerta unos vaqueros rotos. Prescinde de su parka y mis ojos se espantan ante esos pantalones
rotos, de tiro tan bajo que muestran un triangulito –como el nano Bermudas–. Se
quita el gorrito de lana gris, con su pomponcito bailarín, y su hermosa melena
ondulada cae, cual catarata, sobre sus hombros. Yo no soy quién para
recriminarle su vestimenta, pero ella, que me conoce, me explica que tanto los
vaqueros rotos como el tanga son el chick... Yo, a mi vez, le explico que jamás
me he emperifollado con pantalones, ni cuando los campanolos estaban de moda, ni después de que Salomé les diera más
pompa en el festival de Eurovisión.
Elisabette
ha heredado mi amor por la cocinita tan pinturera, tan recogidita y tan dulce.
Nuestros ojos se fijan en el metal rojizo. Entrelazamos las manos y las
suspendemos a pocos centímetros de la chapa. Riéndonos y abrazándonos, nos
apartamos del ardiente metal. ¡Ay, nuestra dulce Económica echando chispas de amor!
Segunda
señorita: Amatxo, yo no soy tan
religiosa como lo fue tu hija Benita,
mas acudo con asiduidad a misa. Diez minutos antes, nos juntamos en el pórtico
las amigas: Miren Arrazua, Jesusa
Albedi, mi cuñada Ángela, Hipólita la telefonista... Hoy es el funeral por el
alma de Mari Tere Olalde, amiga íntima de mis queridas sobrinas Marina y
Andrea. Ha pasado varios años bajo los inhumanos sufrimientos, originados por
el sarcoma. Rezamos por su alma y rogamos al Hacedor que los científicos
inventen una vacuna contra el cáncer.
Mis
hijos Mariano y Josetxo juegan en el Jai-Alai de Miami, en EE.UU. Yo les
escribo siempre que no estoy asfixiada por el trabajo: en el campo, con el
rebaño de ovejas, con el molino para elaborar harina de maíz, el adecentamiento
de la casa… Sola…, ya que mi marido es chófer en la fábrica de armamentos de la
Esperanza. Sus cartas son mi medicina salvadora.
Luego,
llegan mis tres nietos y, aunque el trabajo se prodiga, también mi fuerza
física se hace ciclópea y mi felicidad se hace infinita.
Primera
señorita: Durante mi temprana juventud, mi vida gira asida a la mano del tío
Miguel, tu hermano. Es un dandy,
soltero, mimado, rodeado de mujeres, dentro y fuera de casa. Su suave mano
protectora se junta a las de mis hermanos y hermanas. Siempre que él sale, me
lleva a Markina, montada en su calesa,
tirada por Trotero.
En
aquella época, yo era una señorita aventurera, inmensamente feliz; me sentía
única con mis vestidos primaverales, confeccionados por tu hermana Cristina.
En mi
nacimiento, se posó sobre mí una nube negrísima: te fuiste cuando el médico
cortó el cordón umbilical; ni tiempo tuvimos de vernos. Te ausentaste,
físicamente, amatxo. Y la abuelita
Josefa se hizo cargo de mí. Su enorme corazón de terciopelo amoroso y su falda
plisada, con aroma de jabón Tximbo, fueron mi
protección, el abrazo constante: yo era su coalita.
Isabel Bascaran©
San Vicente de la Barquera, a 23 de enero de 2021
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