lunes, 25 de enero de 2021

EL AMOR

 



Querida amatxo: Hoy, 26 de diciembre, mi hijo Josetxo me ha felicitado con  su humor de  siempre: “Ama, ya cumples tantos años como los de cuatro señoritas de veinticuatro primaveras”. 

–¡Qué barbaridad,  ¿verdad?! –le contesto. Y los dos nos hemos sonreído.

Cuarta señorita: Llevo una vida serena, arropada –con los edredones y los corazones de mis hijos–, sin el menor penar. Si abro los ojos, veo la dulzura de las pupilas de Amparo, Mariano..., su amante titilar. Tengo la sensación de que permanecen a mi vera, noche y día. Son como ángeles a mi servicio, a mi dicha. Sus dedos, asidos a los míos, me infunden vida terrenal. El temblor de sus manos me imbuye sus preocupaciones; sus deseos me irradian la energía cinética –que ya apenas les muestro–. Yo, a mi vez, me concentro y les apaciguo con mi amor espiritual. Nuestras manos han alcanzado el mismo nivel de calor que irradian nuestros corazones: son vasos comunicantes. Tras sus caretas –para aislarme del coronavirus–, adivino lágrimas de felicidad. Las mías fluyen cual torrentes, inundando cara, camisón, edredón; conocen mi sensibilidad y mi empatía y, con dolor y medio susurrando, me informan de que las fauces del cáncer se han comido las carnes de Carlos Bascan.

Viene Lorea, que, con la ayuda de mi hija, me higieniza desde la cabeza a los pies. Indaga mi cuerpo por si hay alguna incipiente llaga. Ahora soy toda crema Nivea y pomada Fonsita bajo mi camisón de franela y una bata de borreguillo. La habitación ventilada, la cama totalmente remozada me llaman al descanso: ha pasado una larguísima media hora.

Tercera señorita: Abren la puerta unos vaqueros rotos. Prescinde de su parka y  mis ojos se espantan ante esos pantalones rotos, de tiro tan bajo que muestran un triangulito –como el nano Bermudas–. Se quita el gorrito de lana gris, con su pomponcito bailarín, y su hermosa melena ondulada cae, cual catarata, sobre sus hombros. Yo no soy quién para recriminarle su vestimenta, pero ella, que me conoce, me explica que tanto los vaqueros rotos como el tanga son el chick... Yo, a mi vez, le explico que jamás me he emperifollado con pantalones, ni cuando los campanolos estaban de moda, ni después de que Salomé les diera más pompa en el festival de Eurovisión.

Elisabette ha heredado mi amor por la cocinita tan pinturera, tan recogidita y tan dulce. Nuestros ojos se fijan en el metal rojizo. Entrelazamos las manos y las suspendemos a pocos centímetros de la chapa. Riéndonos y abrazándonos, nos apartamos del ardiente metal. ¡Ay, nuestra dulce Económica echando chispas de amor!

Segunda señorita: Amatxo, yo no soy tan religiosa como  lo fue tu hija Benita, mas acudo con asiduidad a misa. Diez minutos antes, nos juntamos en el pórtico las amigas: Miren Arrazua,  Jesusa Albedi, mi cuñada Ángela, Hipólita la telefonista... Hoy es el funeral por el alma de Mari Tere Olalde, amiga íntima de mis queridas sobrinas Marina y Andrea. Ha pasado varios años bajo los inhumanos sufrimientos, originados por el sarcoma. Rezamos por su alma y rogamos al Hacedor que los científicos inventen una vacuna contra el cáncer.

Mis hijos Mariano y Josetxo juegan en el Jai-Alai de Miami, en EE.UU. Yo les escribo siempre que no estoy asfixiada por el trabajo: en el campo, con el rebaño de ovejas, con el molino para elaborar harina de maíz, el adecentamiento de la casa… Sola…, ya que mi marido es chófer en la fábrica de armamentos de la Esperanza. Sus cartas son mi medicina salvadora.

Luego, llegan mis tres nietos y, aunque el trabajo se prodiga, también mi fuerza física se hace ciclópea y mi felicidad se hace infinita. 

Primera señorita: Durante mi temprana juventud, mi vida gira asida a la mano del tío Miguel, tu hermano. Es un dandy, soltero, mimado, rodeado de mujeres, dentro y fuera de casa. Su suave mano protectora se junta a las de mis hermanos y hermanas. Siempre que él sale, me lleva  a Markina, montada en su calesa, tirada por Trotero.

En aquella época, yo era una señorita aventurera, inmensamente feliz; me sentía única con mis vestidos primaverales, confeccionados por tu hermana Cristina.

En mi nacimiento, se posó sobre mí una nube negrísima: te fuiste cuando el médico cortó el cordón umbilical; ni tiempo tuvimos de vernos. Te ausentaste, físicamente, amatxo. Y la abuelita Josefa se hizo cargo de mí. Su enorme corazón de terciopelo amoroso y su falda plisada, con aroma de jabón Tximbo, fueron mi  protección, el abrazo constante: yo era su coalita.

 

                                                    Isabel Bascaran©

                                                   San Vicente de la Barquera, a 23 de enero de 2021

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