Las noches eran largas. Y de un frío
interminable. La lluvia y la tormenta eran incesantes desde muchas horas atrás.
Por mucho que las pavesas de las hogueras bailaran incandescentes ante los ensimismados
ojos de aquellas gentes, la atmósfera se mantenía inalterablemente gélida.
Aquel enorme abrigo pétreo, abierto como una puñalada en el corazón del Gran
Monte, servía de refugio y de guarida. De atalaya y de cobijo. Pero seguía
siendo un paraje desolado y glacial.
El silbido de una bramadera y unos cantos
guturales despertaron del letargo al pequeño grupo. Todos se volvieron hacia el
fondo de aquel vestíbulo natural, de donde procedían los sonidos, y fijaron su
mirada en la minúscula oquedad que conectaba con el interior de la Tierra,
donde se habían introducido los líderes del clan hacía ya varias lunas, sin
volver a tener noticias de ellos. Salían llenos de barro, empapados, ateridos…,
pero con un brillo diferente en la mirada. Habían visto cosas inverosímiles allí
adentro, habían soñado despiertos, habían delirado, habían perdido la noción
del tiempo y del espacio entre aquellas negruras infinitas que abrazaban formas
imposibles, y habían dejado la huella de su legado entre aquellas rugosas
paredes convertidas en mágicas desde ese momento.
La gran chamana fue la última en regresar de
aquel encenagado y acuoso inframundo. La enorme cornamenta de reno a modo de
corona y su collar de conchas sobre el pecho la diferenciaban claramente del
resto. Sus poderosos músculos estaban en una tensión máxima, y su mandíbula
apretaba con fuerza su dentadura. Se tambaleaba de un lado a otro, su cabeza
estaba antinaturalmente entornada hacia atrás, sus ojos teñidos de blanco, y
una espuma parda caía por la comisura de sus carnosos labios. Su poderosa voz,
la acústica del lugar, el aullido de un lobo viejo y el retumbar de un trueno
cercano se unieron en el tiempo y en el espacio para hacer reverberar,
indómitos, los sonidos graves procedentes de su garganta.
–Es
el día. Los espíritus no mienten. No fallan. He ido a su mundo y he vuelto con
su mensaje. Hoy es el día. Hoy vendrán desde el Llano Negro aquellos que quieren
ocupar nuestro templo. Defendedlo con vuestra vida si fuera preciso.
Fueron sus últimas palabras. Su cuerpo,
inerte, cayó de bruces hacía delante, chocando contra el suelo y provocando el
lamento general de todos los presentes, que no eran más de veinte o veinticinco
individuos.
No hubo tiempo para ritos, magias ni
simbolismos. En ese mismo instante, el vigía apostado sobre la cornisa superior
del abrigo rocoso gritó de dolor. Había sido alcanzado por una piedra lanzada
desde lo alto de la ladera, que le partió el cráneo en dos y le provocó una muerte
prácticamente instantánea.
Entre la niebla y la densa cortina de lluvia
se podía distinguir el avance de un grupo de seres de extraña fisionomía. Baja
estatura, pero con una musculatura fuerte y robusta, pelvis anchas,
extremidades cortas, frente baja, ausencia de mentón, dentadura prominente y
cráneo alargado. Eran parecidos a ellos, pero no eran iguales.
La lucha fue cruenta. Hombres y mujeres
arrojaban palos y piedras como proyectiles mortales, lanzados con una
endiablada fuerza y puntería. El número de víctimas iba subiendo uno a uno.
Anta tanta agresividad, sangre y disputa, dos
menores de cada clan, un chico y una chica en ambos casos, huyeron despavoridos
entre los arbustos enanos, juncias, musgos y líquenes de la tundra. Corrieron y
corrieron hasta que no pudieron escuchar siquiera los ecos de la batalla.
Encontraron otra pequeña covacha donde refugiarse, encendieron un fuego y se
sentaron a su alrededor a calentarse. El odio en la mirada de sus mayores se
convertía en curiosidad en la suya.
La joven que había salido del abrigo rocoso,
que respondía al nombre de Neka, no disimulaba cuando se fijaba en aquel mozo
que tenía frente a ella. Efectivamente, era diferente. Su piel era mucho más
clara que la suya; sus ojos, azules como el agua del arroyo en primavera, y su
pelo, del color de las brasas postreras del fuego de la alborada. El palpitar
acelerado de su corazón dejaba claro que el amor no entiende de géneros, razas,
gustos ni especies. Aquel ser vivo que estaba frente a ella dijo llamarse Dano,
y le gustaba. En la mirada del chico se percibía que el sentimiento era recíproco,
y se prometieron ser por siempre almas gemelas, enamoradas e inseparables, que
planearon atravesar lagos helados y montañas nevadas en búsqueda de paraísos
con mejores cuevas donde refugiarse, donde los animales fueran más grandes para
tener más alimento, donde el sol brillara con más fuerza y donde echar raíces
profundas para crear una familia. Desgraciadamente, nunca consiguieron culminar
su amor engendrando una nueva vida. Murieron juntos, agarrados de la mano,
porque ninguno encontraba sentido a la vida si no era al lado del otro. Su
estirpe se fue con ellos. Pero fueron muy felices juntos.
Los otros dos menores huidos de la refriega
se llamaban Avu y Nila. Todo fue diferente en su caso. Al chico le horrorizaba
la tez pálida de ella, y esa nariz de aletas tan anchas. Cuando se quedaron
solos tras la partida de los jóvenes enamorados, simplemente permanecieron
unidos por seguridad, pero ningún afecto había entre ellos. No se gustaban, no
se entendían…, parecían seres de mundos y tiempos diferentes.
Sucedió una única vez. Una noche boreal
especialmente fría buscaron el contacto físico del otro para intentar calmar el
dolor y el entumecimiento. Ese roce de piel con piel, unido a las necesidades
básicas humanas que acarreaban encima, les condujo a un acto sexual primario,
pero sin pasión, goce ni disfrute ninguno. Para su sorpresa, el vientre de la
fémina comenzó a abultarse de una manera desconcertante para, meses más tarde,
en absoluta soledad, mientras pensaba morir de sufrimiento y agonía, expulsar
de sus entrañas a un bebé que nunca conoció a su progenitor, pues éste había
encontrado al fin un clan de su especie que le había aceptado en su jerarquía.
45.000 años más tarde, un descendiente
directo de ese bebé perdido entre los recovecos y los pliegues del pasado ha
sido el líder intelectual y tecnológico de una misión espacial que acaba de
aterrizar en Marte.
Yo os pregunto: ¿qué pareja tuvo más éxito en
su proyecto?
Óscar Gutiérrez©
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