sábado, 27 de febrero de 2021

¿PROYECTOS EXITOSOS?

 


 

Las noches eran largas. Y de un frío interminable. La lluvia y la tormenta eran incesantes desde muchas horas atrás. Por mucho que las pavesas de las hogueras bailaran incandescentes ante los ensimismados ojos de aquellas gentes, la atmósfera se mantenía inalterablemente gélida. Aquel enorme abrigo pétreo, abierto como una puñalada en el corazón del Gran Monte, servía de refugio y de guarida. De atalaya y de cobijo. Pero seguía siendo un paraje desolado y glacial.

El silbido de una bramadera y unos cantos guturales despertaron del letargo al pequeño grupo. Todos se volvieron hacia el fondo de aquel vestíbulo natural, de donde procedían los sonidos, y fijaron su mirada en la minúscula oquedad que conectaba con el interior de la Tierra, donde se habían introducido los líderes del clan hacía ya varias lunas, sin volver a tener noticias de ellos. Salían llenos de barro, empapados, ateridos…, pero con un brillo diferente en la mirada. Habían visto cosas inverosímiles allí adentro, habían soñado despiertos, habían delirado, habían perdido la noción del tiempo y del espacio entre aquellas negruras infinitas que abrazaban formas imposibles, y habían dejado la huella de su legado entre aquellas rugosas paredes convertidas en mágicas desde ese momento.

La gran chamana fue la última en regresar de aquel encenagado y acuoso inframundo. La enorme cornamenta de reno a modo de corona y su collar de conchas sobre el pecho la diferenciaban claramente del resto. Sus poderosos músculos estaban en una tensión máxima, y su mandíbula apretaba con fuerza su dentadura. Se tambaleaba de un lado a otro, su cabeza estaba antinaturalmente entornada hacia atrás, sus ojos teñidos de blanco, y una espuma parda caía por la comisura de sus carnosos labios. Su poderosa voz, la acústica del lugar, el aullido de un lobo viejo y el retumbar de un trueno cercano se unieron en el tiempo y en el espacio para hacer reverberar, indómitos, los sonidos graves procedentes de su garganta.

            –Es el día. Los espíritus no mienten. No fallan. He ido a su mundo y he vuelto con su mensaje. Hoy es el día. Hoy vendrán desde el Llano Negro aquellos que quieren ocupar nuestro templo. Defendedlo con vuestra vida si fuera preciso.

Fueron sus últimas palabras. Su cuerpo, inerte, cayó de bruces hacía delante, chocando contra el suelo y provocando el lamento general de todos los presentes, que no eran más de veinte o veinticinco individuos.

No hubo tiempo para ritos, magias ni simbolismos. En ese mismo instante, el vigía apostado sobre la cornisa superior del abrigo rocoso gritó de dolor. Había sido alcanzado por una piedra lanzada desde lo alto de la ladera, que le partió el cráneo en dos y le provocó una muerte prácticamente instantánea.

Entre la niebla y la densa cortina de lluvia se podía distinguir el avance de un grupo de seres de extraña fisionomía. Baja estatura, pero con una musculatura fuerte y robusta, pelvis anchas, extremidades cortas, frente baja, ausencia de mentón, dentadura prominente y cráneo alargado. Eran parecidos a ellos, pero no eran iguales.

La lucha fue cruenta. Hombres y mujeres arrojaban palos y piedras como proyectiles mortales, lanzados con una endiablada fuerza y puntería. El número de víctimas iba subiendo uno a uno.

Anta tanta agresividad, sangre y disputa, dos menores de cada clan, un chico y una chica en ambos casos, huyeron despavoridos entre los arbustos enanos, juncias, musgos y líquenes de la tundra. Corrieron y corrieron hasta que no pudieron escuchar siquiera los ecos de la batalla. Encontraron otra pequeña covacha donde refugiarse, encendieron un fuego y se sentaron a su alrededor a calentarse. El odio en la mirada de sus mayores se convertía en curiosidad en la suya.

La joven que había salido del abrigo rocoso, que respondía al nombre de Neka, no disimulaba cuando se fijaba en aquel mozo que tenía frente a ella. Efectivamente, era diferente. Su piel era mucho más clara que la suya; sus ojos, azules como el agua del arroyo en primavera, y su pelo, del color de las brasas postreras del fuego de la alborada. El palpitar acelerado de su corazón dejaba claro que el amor no entiende de géneros, razas, gustos ni especies. Aquel ser vivo que estaba frente a ella dijo llamarse Dano, y le gustaba. En la mirada del chico se percibía que el sentimiento era recíproco, y se prometieron ser por siempre almas gemelas, enamoradas e inseparables, que planearon atravesar lagos helados y montañas nevadas en búsqueda de paraísos con mejores cuevas donde refugiarse, donde los animales fueran más grandes para tener más alimento, donde el sol brillara con más fuerza y donde echar raíces profundas para crear una familia. Desgraciadamente, nunca consiguieron culminar su amor engendrando una nueva vida. Murieron juntos, agarrados de la mano, porque ninguno encontraba sentido a la vida si no era al lado del otro. Su estirpe se fue con ellos. Pero fueron muy felices juntos.

Los otros dos menores huidos de la refriega se llamaban Avu y Nila. Todo fue diferente en su caso. Al chico le horrorizaba la tez pálida de ella, y esa nariz de aletas tan anchas. Cuando se quedaron solos tras la partida de los jóvenes enamorados, simplemente permanecieron unidos por seguridad, pero ningún afecto había entre ellos. No se gustaban, no se entendían…, parecían seres de mundos y tiempos diferentes.

Sucedió una única vez. Una noche boreal especialmente fría buscaron el contacto físico del otro para intentar calmar el dolor y el entumecimiento. Ese roce de piel con piel, unido a las necesidades básicas humanas que acarreaban encima, les condujo a un acto sexual primario, pero sin pasión, goce ni disfrute ninguno. Para su sorpresa, el vientre de la fémina comenzó a abultarse de una manera desconcertante para, meses más tarde, en absoluta soledad, mientras pensaba morir de sufrimiento y agonía, expulsar de sus entrañas a un bebé que nunca conoció a su progenitor, pues éste había encontrado al fin un clan de su especie que le había aceptado en su jerarquía.

45.000 años más tarde, un descendiente directo de ese bebé perdido entre los recovecos y los pliegues del pasado ha sido el líder intelectual y tecnológico de una misión espacial que acaba de aterrizar en Marte.

Yo os pregunto: ¿qué pareja tuvo más éxito en su proyecto?

 

Óscar Gutiérrez©

 

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