Me encanta despertarme
a su lado. Olisquear el aroma de su pelo impregnado en la almohada sonámbula.
Sentir el calor que ha dejado su cuerpo entre las sábanas revueltas de la
madrugada mientras escucho cómo abre el grifo de la ducha.
Me levanto para
acompañarle mientras desayuna. Sabe que estoy ahí. Cerca. Me siente, y sonríe
tras cada sorbo de café caliente. Siempre me deja rebañar los posos finales,
que me encantan.
Damos un paseo rápido y
corto, porque acostumbra a marcharse enseguida. Su última caricia es amor y
daga al mismo tiempo, pues sé que la soledad me espera las próximas horas.
Me entretengo mirando
por las ventanas, viendo pasar la vida por aquí y por allá. Los vecinos, con su
discurrir escaleras arriba y abajo. Comiendo (a veces un poco de más),
durmiendo y, simplemente, aguardando su vuelta.
La tarde empieza a
cubrirse de canas cuando siento su cercanía. Escucho su coche, aparcando abajo.
Me pongo nerviosa y no puedo parar quieta. Oigo sus llaves al otro lado de la
puerta y hago parecer casual que justo pasaba por ahí en ese momento. No me
contengo, y me lanzo a sus brazos como una niña pequeña. Le cuento mi día y él
me cuenta sus cosas.
Cuando se quita la ropa
de trabajo y se pone cómodo, jugueteo con las prendas sobre mi cuerpo. A veces
no le dejo vestirse y me abalanzo sobre su cuerpo desnudo. Le lanzo sobre el
sofá y recorro su cuerpo con mi lengua. Le araño sin control. Luego me ata, me
encanta cómo las correas aprietan mi cuerpo, y nos vamos, los dos juntos, a
paraísos terrenales maravillosos.
A veces discutimos, por
supuesto. Me chilla, pero yo gruño todavía más alto y más fuerte que él. Me
hago la digna, intento mantenerme distante y altiva, pero enseguida me rindo.
Le miro con mi mejor cara de pena, ojitos de botón, y me hago un ovillo con mi
cabeza sobre sus muslos.
La verdad es que he
tenido mucha suerte. Era una aguja en medio del pajar, y por suerte me encontró
para hacer mi vida mucho mejor, más feliz.
A la hora de
acostarnos, acostumbra a tomar un poco de leche y galletas. Le miro con
atención, con cariño y con ansia… hasta que toma la última pastita entre sus
manos, se agacha, y la coloca a la altura de mi boca. ¡Ñaaaam! ¡Lo conseguí!
¡Qué rica! Y es que mis artes de seducción nunca fallan. Solo me queda
celebrarlo con un par de potentes ladridos de satisfacción.
–¡Guuuaaaauuuu!
¡Guuuaaaauuuu!
Óscar Gutiérrez©
No hay comentarios:
Publicar un comentario