Henry David Thoreau pasó
dos años, dos meses y dos días en una cabaña perdida en lo profundo del bosque.
Regresó con una de las obras cumbres de la literatura americana, "Walden".
Thoreau lo hizo para documentar su libro, alimentarlo con la experiencia y
cocinarlo a fuego lento tan cerca de la fuente de los ingredientes como fuera
posible. No fue el único escritor que se perdió en lo profundo de la naturaleza
para escribir. Otros afrontaron esa misma experiencia para encontrar, no tanto
justificación a lo que querían escribir, sino concentración ante la certeza de
tener ante sí una gran obra. El caso más conocido quizás sea el retiro de
George Orwell a la isla de Jura para escribir "1984", una de las
novelas más importantes del siglo XX. En otro plano, más modesto en lo que al
talento se refiere, pero no menos ambicioso y desde luego menos rodeado de
mito, recientemente hemos sabido la historia de Beatriz Montañez, conocida
periodista y presentadora de televisión, que renunció a la vida urbana y a
disfrutar del éxito conseguido, para recluirse en una casa aislada, poder
escribir sin pretensiones y terminar alumbrando "Niadela", inesperado
éxito editorial de este año en España.
Tres escritores, tres
siglos, y tres perspectivas distintas para afrontar el aislamiento y
sobrellevar la lucha con la naturaleza, pero con muchas cosas en común. Los
tres libros nos advierten sin necesidad de entrar en profundas disquisiciones;
en los tres y a flor de página están las importantes advertencias que
contienen. "Walden" se adelanta más de cien años al ecologismo y al
peligro de separar al ser humano de sus esencias. "1984", la obra
cumbre de George Orwell, nos advierte claramente del peligro de la deriva
autoritaria de la política, del uso contra la población de las nuevas
tecnologías y de la manipulación del lenguaje para reconfigurar la sociedad. Lo
que hace gigante la dimensión de esta obra es que Orwell ya había denunciado
anteriormente las dos mayores lacras del siglo XX: el comunismo y el fascismo.
"Niadela", más modestamente, pero no con menos sentido, nos advierte
contra un peligro mayor: no saber quiénes somos ni qué hacemos aquí.
Los tres pagaron –y en
el caso de Montañez, pagan– un alto precio por enfrentar el aislamiento. A Thoreau,
las críticas de sus vecinos, que vieron en su retiro un desprecio a la vida en
comunidad, tan importante en esa época en los Estados Unidos. A Orwell, la
inclemente meteorología de las islas Hébridas le supuso un dramático
empeoramiento de su tuberculosis, que le llevaría a la muerte poco tiempo
después de acabar la novela. Beatriz sufre a día de hoy un acoso de lectores
curiosos, deseosos de recorrer el escenario de su magnífica novela, alterando
la base de su decisión. Además, su empeño por ser lo más autosuficiente
posible, hasta el punto de limitarse a vivir con 150 euros al mes, hizo que
sufriera un grave accidente en una mano haciéndose su propia leña con la
motosierra.
De todo lo dicho
anteriormente, saco dos conclusiones. La primera: el ser humano está mucho
menos preparado para el atavismo de lo que cree; aunque hay que hacer muchas
menos cosas, lleva mucho más tiempo y esfuerzo hacerlas. La segunda: para
mentes inquietas, el retiro es un despertar de las musas, que ocupan en la
mente el espacio que una vida sencilla proporciona, dando lugar, en muchos
casos, a lo mejor del pensamiento, lo que bien podría resumirse en esta frase
de Thoreu: "Fui a los bosques para
hacer frente solo a los hechos esenciales de la vida, por ver si era capaz de
aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente para no darme
cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido".
Santos Gutiérrez©
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