Hoy me ha tocado ir al supermercado. Anoche hice la lista de la compra. Voy bien preparada para esta ardua tarea: mascarilla, gel y templanza, ya que al ser sábado, siempre hay colas de gente. Dejo el coche en el aparcamiento del súper. Hace mucho calor, tengo una sed terrible y decido tomarme una cervecita en la cafetería de al lado, para relajarme antes de la compra. Pido una caña bien fresquita con mucha espuma, la bebo delante del camarero que, atónito, dice: “¡Se la bebió de un trago! Tenía sed, ¿eh?” Y pienso… “¿A ti qué te importa?” Pago, me pongo la mascarilla y le saco la lengua –como no me ve, es una de las ventajas de usarla–. Al entrar en el establecimiento, con mascarilla y guantes puestos, le doy al dispensador del hidrogel; con él, froto mis guantes y el agarrador del carro de compra, dispuesta a comenzar la “odisea”.
La zona de frutería está algo
petada de gente. Delante de los melones, se me cuela una señora mayor. Me
retiro sin decir nada y espero detrás de ella. Los contempla y toquetea, uno
por uno, ¡por fin, ya mete uno en su carro! Y a mí, se me han quitado las ganas
de melón, lo sustituyo por sandía. Zona de lácteos: la misma señora. Se me pega
sin que se note, cual tortuga “Ninja”, y, con su zarpa, coge los mismos yogures
que casi yo tenía al alcance de mi mano. Sigo la rutina de los pasillos y me la
encuentro por todos los lineales. Los supermercados son un buen lugar para ir
conociendo mejor la mentalidad humana; a esta señora, la tenía calada. Era de
esas que quieren dar pena, andando despacito, torpemente, utilizando como
escusa la edad y la artrosis. Por fin, termino la compra; ahora, a las cajas, a
esperar. ¿Quién quiere esperar? Un estudio americano dice que, por término
medio, un ciudadano pasa cinco años de su vida esperando en distintas colas o
filas. Hacer cola es odioso, pero si hay algo más aborrecible que esperar en
fila es la gente que se cuela con la técnica de “hablar y colarse”. He llegado
a la conclusión de que es mejor colocarte detrás de un comprador con el carro
lleno y en la fila de la izquierda, ya que hay más diestros y tienden ir a la
derecha. Me pongo detrás de un carro lleno en la fila de mi izquierda y… ¿atrás
de mí? Si, la señora “Ninja”, que, sin guardar distancia de seguridad, se me
pega y utiliza la técnica de “hablar”. Mira mi carro y dice:
–Ufff, qué de cosas lleva.
–No lo crea; abultan, pero no es
mucho.
–Comparando con lo poquito que yo
llevo… Como vivo sola…
De
pronto, por megafonía dicen: “PASEN POR FAVOR A LA SIGUIENTE CAJA POR ORDEN DE
FILA”.
La
señora “Ninja” sale despavorida, cual “VELOCIRAPTOR”, por su presa, dejando su
artrosis reumatoide en mis narices, ¡si se cuela por la cara, sin darme tiempo
a reaccionar! Llega mi turno, ahora viene lo bueno y el estrés: intentar
guardar la compra a la misma velocidad que la señorita cajera te la va
lanzando, tras pasarla por el lector de códigos de barras. ¡Logrado, la cajera
y yo hemos quedado en tablas!
Por
fin en casa. Ya solo me queda guardar las cosas y limpiarlas una por una con
una bayeta, impregnada en desinfectante 99,9% de eficacia.
Ana Pérez Urquiza©
No hay comentarios:
Publicar un comentario