No
sé si os ha pasado alguna vez –pero a mí, muchísimas– que, cuando la gente alta
habla de cosas que no entiendo, pregunto y siempre obtengo la misma respuesta: –Son cosas se mayores, Martita; ya lo
entenderás cuando seas mayor” –acompañado de una sonrisa.
Pero
yo ya soy mayor, tengo cinco años; y la gente alta se ríe, y yo no
le encuentro la gracia.
A
Pablo, un amigo mío, también le pasa como a mí; pero él es algo lento y
hay cosas que no sabe pero yo sí, y me toca explicárselas. Como el
otro día, que llegó a clase con una cara de interrogación que casi, casi era
una exclamación. Le pregunté qué le pasaba y me dijo:
–Que el domingo, mientras comía con
mi familia, mi hermana se puso a llorar sin razón alguna. Yo pensé que podía
ser porque pusieron mi plato favorito para comer y no el suyo, pero… no se
había ni sentado a la mesa. Mi madre salió corriendo detrás de ella, y mi padre,
gritando desde el pasillo: “¡NO ME LO PUEDO CREER, QUE ESTÁS EMBARA…!”, y se calló de golpe al encontrar
mi mirada de miedo. Pegunté a mi abuela qué pasaba, si era por mi plato
preferido; pero ella cogió mi cara con las dos manos, ya huesudas, y me dijo,
muy bajito: “Mi vida, tu comida no tiene nada que ver; más bien tiene que ver
con el novio de tu hermana y de tu futuro sobri…”, pero fue interrumpida por
otro grito de mi padre: “SEÑORA,
Y A USTED, ¿QUIÉN LE HA DADO VELA EN ESTE ENTIERRO? ¡DEJE A SU NIETO SEGUIR
SIENDO UN NIÑO!” Y se fue de casa, dando un portazo, y mi abuela salió
corriendo a por su rosario y se pasó toda la tarde rezando; vamos, que me quedé
solo en la mesa, Martita.
–No entiendo nada, Martita.
¿Hice algo malo?
–Tú no hiciste nada malo,
Pablo. Fue cosa de tu hermana, que seguramente se dio muchos besos con su novio
y claro, ahora vas a ser tío.
–¿En serio? Yo quería un
perrito y no un sobrinín.
–Ya,
bueno, siempre puedes lanzarle un palo –le dije, guiñándole un ojo, mientras
nos subíamos al tobogán.
Jezabel
Luguera©
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