martes, 18 de enero de 2022

LA PRODIGIOSA TELARAÑA

 


 

La abuela Tara tejía y tejía sin parar diminutos patucos para la cercana llegada de sus nietecitas. Mentalmente, multiplicaba “ocho por… uffff, tengo que darme prisa, ya llegan, ya llegan”. Y llegaron, después de dieciséis semanas de incubación: su hija Añara trajo al mundo unas diminutas criaturas muy “cuquis”, de cuerpo redondeado, colores vivos, enormes y simpáticos ojos; aún tenían por delante de nueve a doce mudas hasta llegar a ser adultas.

            Añara les puso nombre: Añita, Ñara y Peludita. Para celebrarlo con los animales de la granja en la que convivían, tejió una telaraña. ¡Cómo brillaba con los rayos del sol! El burro, el cerdo, la oveja, las ocas, las gallinas…, todos  admiraron, “la prodigiosa telaraña”.

Añita, Ñara y Peludita crecían bajo la dura disciplina de su madre y el cariño de la abuela Tara. A las tres hermanas les gustaba salir y divertirse con otras arañas, pero Añara, la madre severa, no las dejaba. Siempre escuchaba sus conversaciones, aunque hablasen bajito (las arañas oyen muy bien), y se enteraba de todos sus planes, así que Añita y Ñara inventaron una lengua para que su madre no supiera lo que hablasen. Poseían inteligencia y creatividad, y crearon el idioma “TI”. Consistía, en poner la sílaba “ti” delante de cada una de las sílabas de una palabra.

            Añita:

–Tiñatira, timatiñatina tiretimos tial tibaitile (Ñara, mañana iremos al baile).

            Ñara:

            –Tique tibitien, tihertimatina (Qué bien, hermana).

            Peludita, no se enteraba; le costaba el idioma “TI”.

            Peludita:

            –¡Ti no os entiendo, ti nada de ti nada!

            El nombre de Peludita era acertado: tanto pelo sobre su cabeza presionaba sus entendederas. La madre estaba enfadada, no había quién las entendiera. Les decía:

            –¡Dos tontas juntas dan mucho de sí!

            –Peludita:

            –Y yo, mamá, y yo ¿doy mucho de tisí?

            La abuela Tara decía a su hija:

            –¿Por qué no las dejas salir más? ¿No te acuerdas de cuándo eras de su edad? Los tiempos han cambiado, hija mía.

            –Mamá, si salen todos los días se van a hacer muy vistas.

            Añita y Ñara tejían telarañas lingüísticas. Habían adquirido una asombrosa capacidad, monopolizaban sus charlas allí por donde iban. Tanto, que llegó a oídos de la primera ministra de las arañas, de raza Huntsman: la señora Picapica. Ésta las mandó llamar y las recibió bajo su lujosa corteza de árbol, junto a sus dos hijos varones, Spider y Aracni: dos apuestos jóvenes, en edad de casar, a los que, al ver a Añita y Ñara, sus sendos quelíceros se les hacían agua. El flechazo fue total: las dos hermanas quedaron prendadas de Spider y Aracni Huntsman.

            La señora Picapica, tras hablar con ellas, quedó fascinada, las nombró ministras de educación e instauró como idioma oficial el “TI” en el país de los arácnidos, y… TIFUETIRON, TIFETILITICES y TICOTIMIETIRON, TIPERTIDITICES. (No, perdices no comieron precisamente. Prefiero omitir lo que engulleron).

            ¿Peludita? Después de ser dama de honor en la doble boda de sus hermanas, fue la tía más dichosa, cuidando a la larga prole de sobrinos. ¡Ah!, y jamás aprendió el idioma, “TI”.

“TIFIN”.

                                                                                  Ana Pérez Urquiza©

 

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