Es
sábado. Me he levantado de un salto, estoy deseando verte. Elijo El Pájaro
Amarillo, me encanta en los días soleados. Además, el camino de acceso a la
playa lo hizo Santos y me hace sonreír cuando desciendo en zigzag por esta
pequeña obra de ingeniería natural.
La
mañana ha amanecido fría, más bien helada –lo decían anoche en el telediario,
pero se quedaron cortos–. Los prados que todavía no han recibido los rayos del
sol están cubiertos de escarcha.
Decido
bajar descalza, me encanta pisar la tierra, me llena de energía.
Empiezo
a descender por el camino de acceso a la playa. Para mi sorpresa, es todo arcilla.
Con cada paso, me hundo hasta la rodilla. La masa, viscosa y rojiza, está
congelada y a su vez mezclada con las pequeñas piedrecitas que, sabiamente,
pusieron en su día en el camino para que no resbalase. El dolor es insoportable,
pero no puedo hacer nada; tengo que seguir dando cada paso con muchísimo
cuidado para no resbalar y caer por el cortado. Si no me supiese observada,
gatearía. Cuando por fin puedo poner el pie sobre una de las piedras grandes
del camino, me doy cuenta de que el dolor anterior no era nada: ahora, llenos
de arcilla, han adoptado a las piedrecitas y con cada paso se me clavan y creo
morir.
Por
fin, salto a la arena; te veo y, de momento, me olvido.
Esta
mañana vistes de color verde mate profundo. Tu vestido se ondula ligeramente y
ahí percibo las transparencias. Me quedo ensimismada, profundizando con la
mirada esperando ver algo de ti.
Lo
sigo observando: es largo, muy largo, ¿podríamos llamarlo largo infinito? Tiene que ser difícil avanzar con él, moverse. Pero
no, no parece que te cueste.
Las
zonas donde el sol lo roza brillan rabiosamente, quizás por no poder
profundizar, por no poder ver más allá. Le pasa lo que a mí. Esto no es lo que
parece, me digo con una sonrisa.
Cierro
los ojos, mientras a mí también me acaricia ese sol, y pienso dónde he visto
antes esa tonalidad.
La
arena de la playa sigue fría, pero ya no tanto; hace horas que perdí la
sensibilidad en los pies. Me acuerdo de Santos. El borde de tu vestido es todo
espuma blanca; los acaricia a modo de despedida.
Almudena Pascual©
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