martes, 15 de marzo de 2022

OFERTA DE EMPLEO

 


 

Cuando surgió aquel anuncio, en una web de mujeres eslavas con mucha carne y poca ropa, pensé que sería broma. Uno de esos banners habituales en los que, sorprendentemente, en la actualidad la gente sigue mordiendo el anzuelo, creyendo haber resultado ganadores de un sorteo al que nunca se han apuntado, de diez teléfonos móviles de última generación o de un millón de euros, cuando en realidad lo único que están consiguiendo es llenar de virus informáticos sus ordenadores y mostrar abiertamente sus cuentas bancarias y contraseñas a los mejores piratas de la red de redes.

Han pasado más de dos décadas desde aquel instante que cambió mi existencia. Me encontraba anudado entre las sábanas revueltas de mi cama. El suelo de la habitación estaba minado de cervezas vacías, y unos cuantos ceniceros desbordados de colillas ocupaban la única balda de la estancia, lo que podría servir para explicar la presencia de aquella neblina tóxica y persistente. La persiana estaba bajada y la ventana no se abría desde tiempos inmemoriales. El aire era rancio y nauseabundo. La camiseta interior que vestía desde hacía varias semanas amarilleaba sospechosamente por la zona de las axilas. Unas lorzas cada vez más prominentes colgaban desganadas de los laterales de mi barriga.

Pensé, ¿Puede empeorar aún más la situación? Abandonado por mi esposa, me habían despedido hacía casi un año por bajo rendimiento laboral. Malvivía en un antro minúsculo en el extrarradio más conflictivo de la capital, y mi aspecto era harapiento y repugnante. La última vez que había salido de allí fue para enterrar a mi padre, que aún hoy sigo convencido de que murió de pena y de vergüenza por ver a su único hijo en ese estado tan deplorable.

Así que cliqué en aquel icono verde fosforescente que apareció de repente en mi pantalla. Letras blancas intermitentes captaron rápido mi atención. Era una oferta de trabajo: “Se busca persona con imaginación, empatía y curiosidad. Cultura general, aunque se valorarán en especial conocimientos en Historia e idiomas. Trabajo desde casa. Elevada remuneración. Contrato por obra o servicio de muy larga duración”. Demasiada buena pinta. Rellené los campos obligatorios con mis datos, adorné un poco el currículum –picaresca española… ¿inglis? ¿Mi? Yes very well fandango (un poco de poesía macarra siempre venía bien, eran los 90)– y botón de enviar.

Oye, a los pocos minutos, un email entra en mi bandeja y me cita en un lugar y hora concretos para realizar una entrevista. Al día siguiente, martes 13, en una mansión abandonada de las afueras. Como os lo cuento. Por fin parecía sonreírme un poco la vida.

Sin embargo, aquella mañana me levanté hecho unos zorros. Gripazo y una gastroenteritis que me barría. Pero no podía dejar pasar aquella oportunidad. Así que hice de tripas corazón y me puse en marcha. Me aseé levemente, tampoco es que me hiciera mucha falta. Llovía a mares y no tenía ni un triste paraguas, así que imaginaos la caladura. A mi flojera intestinal tuve que añadir que pisé una mierda de perro al tiempo que un cuervo practicaba su puntería. Una gitana me echó mal de ojo por no sé qué de un romero. Un carterista me robó el poco dinero que tenía encima, así que me tuve que colar en el autobús, con la mala fortuna de que volcó al entrar en una rotonda debido al volantazo que tuvo dar el conductor al intentar evitar el choque con un repartidor de comida china made in Vallecas.

Hundido y derrotado, me cobijé de tanto incidente en una cabina de teléfono azul. Con la última peseta que me quedaba, me rendí, llorando, y llamé a mi madre, que no había querido volver a saber nada de mí. Le expliqué mis últimas desventuras y, rebuscando en el fondo de su corazón ese amor de madre innegociable, lo más cariñoso que acertó a decir fue:

–Está claro que ese trabajo no es para ti. Las señales son evidentes. Tú mismo te tenías que haber preguntado ¿será esto una premonición? Vete para casa, anda. Además, sea para lo que sea, seguro que lo harías mal, como lo has hecho todo en la vida.

Y colgó. Sin más. Con la frialdad de una daga de acero. Pero, en vez de hundirme, me espoleó, y saqué fuerzas que desconocía estaban dentro de mi ser para correr como un loco desquiciado. Kilómetros. Y llegar. Por fin llegar a un sitio a la hora concertada.

La silueta fantasmal del ecléctico y abandonado Palacio del Canto del Pico era aterradora bajo la luz escarlata del atardecer. Erigido sobre un promontorio granítico, regalaba una incomparable panorámica de Madrid desde aquel rincón olvidado de la sierra noroccidental. Una mujer ataviada con ropajes de enferma salió de aquel caserón, se acercó con una sonrisa tierna y me clavó una jeringuilla en el brazo. Perdí el conocimiento al instante, y de ahí en adelante, el resto de la historia se mueve entre terrenos nebulosos y efluvios de mi mente.

Creo recordar el desfile de una serie de personas influyentes, que aseguraban formar parte de unos supuestos grupos de poder y sociedades secretas de los que no había oído hablar en mi vida: que si Rosacruces, Masones, Illuminati, Bilderberg… y unas amenazas de que si no cumplía con lo pactado… –solo de pensarlas se me encoge el alma.

Mi siguiente recuerdo es estar nuevamente tirado en ese habitáculo inmundo lleno de mugre. Pero con mi contrato laboral firmado. Y ahí que llevo ya camino de veintitrés años. Deben de estar contentos los jefes, no me ha caído ninguna reprimenda. Así que a seguir así, dándolo todo. Motivación máxima.

¿Que en qué consistía la oferta de empleo? Ah, claro, perdonadme, con tanto lío me había olvidado de contaros lo fundamental. Fui seleccionado como la persona más adecuada para ejercer la labor, desde el día 1 de enero del año 2001, de guionista del siglo XXI… ¿A que no lo estoy haciendo tan mal como presagió mi madre?

 

Óscar Gutiérrez©

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