El día comenzó como
todos los de trabajo. Pero era fin de semana: madrugaba por devoción y no por
obligación. Decidí poner la radio para sentirme acompañada mientas desayunaba;
pero en menos de treinta segundos se me quitaron las ganas, ya que las noticias
matinales hacían que se me indigestaran las tostadas con tomate. Por mi salud
mental y emocional, decidí cambiar de emisora, dejando que la música atemporal
embriagara los azulejos de mi cocina y con ellos mi estado de ánimo.
El sonido del móvil
interrumpió mi concierto a todo pulmón acompañando a los Beatles. Sin mirar el
nombre que aparecía en la pantalla, descolgué:
–La línea de la
esperanza, ¿dígame? –Al otro lado de la línea se había dibujado una sonrisa
enmarcada con un ¡qué gili eres!– Idiota.
No te abras olvidado de mí, ¿verdad?
–¿Cómo me voy a olvidar
de la mejor amiga del mundo? –dije con ironía.
–Te hablo en serio, ¿a
qué hora te paso a buscar? Estoy súper nerviosa y ansiosa, he dormido menos de
una hora, estaba peor que cuando hice las oposiciones, ya llevo dos valerianas
y son las nueve de la mañana. ¿Y si nos dice algo malo y no lo digerimos? No sé,
tía tengo la premonición de que no va a salir bien; que nunca hemos ido a que nos
lean las cartas y... –todo esto en modo atropellado que cualquier persona
normal no entendería, pero ya tengo máster en ello.
La interrumpí:
–Espera, espera…, ¿de
qué me estás hablando? Nosotras hemos quedado para una tarde de cartas, ¿no?
–Sí, para que nos eche
las cartas la gitana Anastasia, que según me contó mi cuñada es la mejor de
todo el norte.
–¿Cómo? Yo tengo todo
preparado para una “timba de cartas“. Hablé con Nuria, Sara, Paula, Julia… Vienen
todas. Además, vamos a apostar. Tengo la nevera llena de cervezas, refrescos,
pizzas y todo tipo de guarradas comestibles…
–¿QUÉÉÉÉÉ? ¡La madre
que te parió! Ya me pareció a mí muy fácil convencerte para ir a ver a una
gitana, pero de eso a que me entendieras una tarde de póquer, los conceptos tienen
un océano de distancia.
En modo atropellado de
nuevo:
–¿Y ahora, qué hacemos?
Porque tenemos cita con Anastasia a las cinco de la tarde y, claro, seguro que
no quieres ir, y yo sola no me atrevo. Y encima, como es gitana, nos echará un
mal de ojo. Y mi cuñada me hizo el favor de pedirme la cita, ya verás qué
cabreo. Si ya tenía yo la premonición, qué injusto…
La volví a interrumpir
de nuevo:
–María, por favor, lo
primero que tienes que hacer es bajar tus decibelios de voz a la mitad, que mis
tímpanos no aguantan más y estás en manos libres. Seguido, respira un par de
veces, bebe agua y escúchame. ¿Sigues ahí, Mery? –Escuché un humm en forma afirmativo–. Lo primero, ¿cómo
piensas que nos van a echar un mal dejo si no vamos? ¿Con un audio de whatsapp
o una video llamada?
–Mira que eres tonta,
Elenita.
–La tonta soy yo por
decirte opciones modernas de mal de ojo. A ver, la timba la tenemos a las siete
de la tarde y a la Anastasia la tenemos a las cinco, ¿no? Pues nada, vamos a
las dos cosas y así tenemos la tarde de cartas completita. Eso sí: ni una
palabra de esto a las chicas, que una tiene una imagen y tengo que protegerla.
En modo atropellado:
–Te quiero, te quiero
muchísimo. Eres la mejor, la mejor, Elenita. Te va a encantar, ya verás. ¡Qué
haría yo sin ti…! A las cuatro y media te paso a buscar, ¡qué ilusión…! Bueno,
te dejo, que tengo que hacer cosas. Besos.
Cuelgo el teléfono con
más preguntas que respuestas. Miro el reloj y ya son las diez de la mañana… Tengo
la premonición de que esto no acaba aquí…
Jezabel Luguera©
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