Poeta de prestigio
tuve la dicha de ser
bajo esta parda tez,
y mente de prodigio
de la cual simple vestigio
tan solo quedará,
pues el tiempo que vendrá
será un desconocido,
una suerte de aullido
que en silencio pasará.
Aplauso atronador;
hasta el último confín
de las letras, paladín;
apodado “El Ruiseñor”,
pues mi genio creador
holló tan sublimes cotas
como agudas son las notas
que trinan sin cesar,
en acrobacia singular,
de sus entrañas ignotas.
Influyente posición,
atalaya de gigantes,
huraño en los talantes,
soberbio aun sin razón,
lamentaré siempre, corazón,
haber solo sentido
tu piel bajo el sigilo
de aquella noche castellana
entre lloros de campana,
aromas de miel y trigo.
Desde aquel aislado encuentro,
mil lluvias han pasado,
y de pozos anegado,
la agonía que llevo dentro
de mi universo, en el centro.
¡Qué absurda tontería!
¿Fue cosa de brujería
o sólo un capricho de la diosa Fortuna?
¡Alivia mi tortura,
reina de la morería!
Fría era aquella sala blanca.
Flemático el galeno,
me explicó que ese veneno
muerde fuerte y manca,
imposible detener una vez arranca;
nada podré recordar
ni dos tristes letras trenzar.
Laberinto sin postigo,
tampoco yo seré testigo
a la hora de marchar.
Gran ateo me confieso
bajo este cielo de jazmín,
y solo pido a Dios, como fin,
que la muerte me haga preso
antes de olvidar el aliento de tu beso,
ese húmedo ardor salvaje,
tu cuerpo mi paisaje.
Cuando todo sea nada,
noche de la alborada,
será mi último equipaje.
Sea ésta final ocasión
para un postrero y roto verso.
Me siento ya disperso,
casi fuera del renglón,
más de sueño que razón
mi último ingenio de cuerdo
para jurarte amor eterno
y que no habrá enfermedad
ni opaca oscuridad
que nublen tu recuerdo.
Óscar Gutiérrez©

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