domingo, 15 de mayo de 2022

POETA AÑORADO

 



Movió el servilletero para hacer sitio al café manchado, al pastelito de merengue y al vasito de agua. Su mano derecha se hizo con un poema en una servilleta de papel. Saludó a Ana e intercambiaron unas frases sobre el hermoso día. Pagó nada más estuvo el pedido en la mesa, dejando diez céntimos de propina: otra manía. Acababa de tomar el segundo sorbo cuando un hombre, bien parecido, llegó y alzó el servilletero. Sin mediar palabra, voló y volvió a la carpa con Ana, que le explicó al señor que no había encontrado ninguna servilleta bajo el servilletero. No muy  convencido, acariciándose la barbilla, pidió a la camarera que le permitiera inspeccionar el cubo de basura. El inspector, con cara circunspecta, devolvió los guantes de goma a su dueña y se alejó lentamente. Ana le observó compungida. Medio café se quedó en la taza, frío; el merengue le supo insípido y el agua poco fresca. Cogió su bolso, enderezó la silla, despidió a Ana con la mano y... desistió de su idea de comprar una orquídea en los coreanos –¿y si al sacar la cartera se le perdía el papel-tesoro...?–. El trayecto desde la cafetería Toki Eder a casa se le hizo  interminable. Los ojos se le mojaban; aleteaba los párpados cual colibrí. Por fin, se le solearon los ojos; las manos se le serenaron según restaba las hojas secas de las azaleas. El contacto y el aroma de su precioso jardín siempre la tranquilizaban. Se sentó en la tumbona de la terraza. Ante sus ojos, en una letra de escritor excelso, aparecía un poema cuasi fúnebre que rezaba así:

 

Tan triste vivo

que muero porque no muero:

tantos avatares hieren mi corazón... 

Amo a una dama,

pero sin la mínima  esperanza

de que sea mía.

 

            La primera paradoja y los dolorosos vocablos: triste, hieren; los sinónimos: corazón, dama; la soledad: mínima esperanza, inalcanzable...

            La tercera vez que leyó el pseudopoema, Andrea dedujo que el escrito  pertenecía a una persona alfabetizada, es decir, conocedora del idioma unificado, el batúa, pero que difería mucho del poema del Cancionero Vasco, cantado por el famoso poeta, escritor y bertsolari guipuzcoano Bilintx: poema amoroso, apasionado, entrañable, pero de sabor lúgubre: 

 

Triste bizi naiz eta

illko banitz obe,

badauzkat biyotzian

zenbait atsekabe;

dama bat maitatzen det

bañan… aren jabe

sekulan izateko

esperantza gabe.       (Bilintx)

 

De golpe, su mente volvió al apuesto hombre de la carpa. Podía fácilmente ser el bilbaíno: exprofesor, su excoordinador y exvalorizador de relatos. Podría dedicarse a sacar el título de euskara: el EGA; o como tenor que era, a ponerle música al poema bilingüe.

Andrea, a punto de pedirle que cejara en su empeño de codearse con Bilintx que Blintx era mucho Bilintx–, detuvo su bolígrafo en el aire. ¿Por qué iba a pagarle con la misma moneda?  “Andrea, sigue con tus narraciones; deja la poesía a los entendidos.” Sí, así de escueto. Sólo ante su único cuarteto, supo su corregidor que ella, su amiga, no tenía veta para el verso.  

Andrea seguiría con la espina clavada en su yo íntimo. Años ha, había prometido al autor del poema escrito en una servilleta de papel que respetaría la palabra dada. No osaría escribir, jamás, un solo verso...

                                                                        Isabel Bascaran Garechana

                                                                        San Vicente de la Barquera, 7 de mayo de 2022

    

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