Movió el servilletero para hacer sitio al café manchado, al pastelito
de merengue y al vasito de agua. Su mano derecha se hizo con un poema en una
servilleta de papel. Saludó a Ana e intercambiaron unas frases sobre el hermoso
día. Pagó nada más estuvo el pedido en la mesa, dejando diez céntimos de
propina: otra manía. Acababa de tomar el segundo sorbo cuando un hombre, bien
parecido, llegó y alzó el servilletero. Sin mediar palabra, voló y volvió a la
carpa con Ana, que le explicó al señor que no había encontrado ninguna
servilleta bajo el servilletero. No muy
convencido, acariciándose la barbilla, pidió a la camarera que le
permitiera inspeccionar el cubo de basura. El inspector, con cara circunspecta,
devolvió los guantes de goma a su dueña y se alejó lentamente. Ana le observó
compungida. Medio café se quedó en la taza, frío; el merengue le supo insípido
y el agua poco fresca. Cogió su bolso, enderezó la silla, despidió a Ana con la
mano y... desistió de su idea de comprar una orquídea en los coreanos –¿y si al
sacar la cartera se le perdía el papel-tesoro...?–. El trayecto desde la
cafetería Toki Eder a casa se le hizo
interminable. Los ojos se le mojaban; aleteaba los párpados cual
colibrí. Por fin, se le solearon los ojos; las manos se le serenaron según
restaba las hojas secas de las azaleas. El contacto y el aroma de su precioso
jardín siempre la tranquilizaban. Se sentó en la tumbona de la terraza. Ante
sus ojos, en una letra de escritor excelso, aparecía un poema cuasi fúnebre que
rezaba así:
Tan triste vivo
que muero porque no muero:
tantos avatares hieren mi corazón...
Amo a una dama,
pero sin la mínima esperanza
de que sea mía.
La
primera paradoja y los dolorosos vocablos: triste, hieren; los sinónimos:
corazón, dama; la soledad: mínima esperanza, inalcanzable...
La tercera vez que leyó el
pseudopoema, Andrea dedujo que el escrito
pertenecía a una persona alfabetizada, es decir, conocedora del idioma
unificado, el batúa, pero que difería
mucho del poema del Cancionero Vasco, cantado por el famoso poeta, escritor y bertsolari guipuzcoano Bilintx: poema
amoroso, apasionado, entrañable, pero de sabor lúgubre:
Triste bizi naiz eta
illko banitz obe,
badauzkat biyotzian
zenbait atsekabe;
dama bat maitatzen det
bañan… aren jabe
sekulan izateko
esperantza gabe. (Bilintx)
De golpe, su mente volvió al apuesto hombre de la carpa. Podía
fácilmente ser el bilbaíno: exprofesor, su excoordinador y exvalorizador de
relatos. Podría dedicarse a sacar el título de euskara: el EGA; o como tenor que era, a ponerle música al poema
bilingüe.
Andrea, a punto de pedirle que cejara en su empeño de codearse con
Bilintx –que Blintx era mucho Bilintx–, detuvo su bolígrafo en el aire. ¿Por
qué iba a pagarle con la misma moneda?
“Andrea, sigue con tus narraciones; deja la poesía a los entendidos.”
Sí, así de escueto. Sólo ante su único cuarteto, supo su corregidor que ella, su
amiga, no tenía veta para el verso.
Andrea seguiría con la espina clavada en su yo íntimo. Años ha, había
prometido al autor del poema escrito en una servilleta de papel que respetaría
la palabra dada. No osaría escribir, jamás, un solo verso...
Isabel
Bascaran Garechana
San Vicente de la Barquera, 7 de mayo de 2022

No hay comentarios:
Publicar un comentario