lunes, 16 de mayo de 2022

UNA INSÓLITA SORPRESA

 


 

            Había pasado todo el fin de semana metido en casa, vencido, aburrido. Lo que más le pesaba, le aplastaba hasta deprimirlo, dejándolo sin fuerzas ni para levantarse del sofá, era su profunda soledad. Sin embargo, había escrito. No mucho, quizás tan solo unos poemas; eso sí, eran buenos. A uno de ellos le había dado forma en la cocina. Mientras en el horno se tostaba una pizza precocinada para cenar, sobre una servilleta de papel, lo único que tenía a mano en ese momento, escribió un hermoso poema de amor.

            Lentamente, llegó el lunes. Casi agradeció el irritante sonido del despertador a las seis de la mañana. Se levantó con ánimo y se metió en la ducha agradeciendo que hubiera terminado, por fin, la tortura de fin de semana. Preparó un apetitoso desayuno. Mientras daba cuenta de él, estiró el brazo para coger una servilleta que estaba encima de la mesa. Se la acercó con descuido a la boca para limpiarse pero, justo antes de hacerlo, se percató de que estaba escrita. No recordaba haber anotado nada en una servilleta. Con curiosidad, se dispuso a releer. Sin embargo, en ese momento, se dio cuenta de que se había hecho tarde. Quería coger el primer metro para llegar pronto al trabajo, así que se metió la servilleta en un bolsillo y, sin recoger los cacharros del desayuno, salió de la casa apretando el paso.

            Cuando llegó a la oficina, todo el equipo se estaba preparando para la reunión semestral con el coordinador del departamento. Su secretario había preparado ya las fotocopias del dosier con los datos semestrales generados en su departamento, los había metido en carpetas para entregar una a cada miembro del equipo y las había dejado preparadas para repartir. Al llegar y verlas allí, apiladas, el hombre se dio cuenta de que al eficaz secretario no le había dado tiempo aún de efectuar el reparto, así que las cogió y entró en la sala de reuniones para dejarlas  en los respectivos sitios que posteriormente ocuparían cada uno de sus diez compañeros. Antes de depositar la que correspondería al director, un leve picor de nariz le provocó ganas de estornudar. Rápidamente se metió la mano en el bolsillo de su americana para sacar un pañuelo. Entonces, la servilleta de papel con el poema que por la mañana había guardado se deslizó sigilosamente fuera del bolsillo y fue a parar, sin que el hombre se diera cuenta, debajo de la última carpeta que había colocado cuidadosamente.

            La reunión se alargó un poco más de lo esperado, así que, en cuanto terminó, las diez personas que formaron parte de ella abandonaron, sin entretenerse en charlar, la sala para dar comienzo, presurosas, las tareas diarias propias de sus puestos. El director, a su vez, se encerró en su despacho para enterrarse entre el montón de papeles que le aguardaban. Entre todos ellos, sorprendido, encontró una servilleta que hubiera tirado a la papelera inmediatamente si no se hubiera dado cuenta de que estaba escrita con una esmerada caligrafía. La desdobló con cuidado y en ella leyó, asombrado, un conmovedor y apasionado poema de amor. Inmediatamente concluyó que alguien lo había escrito para él. Con agitación, comenzó a preguntarse cuál de las siete mujeres del equipo, con las que había estado en la reunión, podía haberle  compuesto ese hermoso poema. Se sintió, por un segundo, incómodo, pero enseguida la incomodidad fue sustituida por dulce vanidad y se dejó llevar y quiso soñar y ya no se pudo concentrar. Fue una insólita sorpresa saber que alguien se había enamorado así de él y se lo había revelado con un poema en una servilleta de papel.

 

Chefi Ruiz Noriega©

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