El
verano estaba ya muy avanzado y el nuevo club, inaugurado en el mes de junio, el
¡Qué Pasón!, continuaba a tope.
Está
situado en un edificio emblemático del centro de Puntillas, una villa marinera
que este mismo verano ha pasado a formar parte de la lista de “Pueblos cool de España”. Así dice un modernísimo
cartel a la entrada de la villa. ¡Qué
Pasón! Ha tenido mucho que ver con aquello.
El
emblemático edificio era antaño un centro cultural. Ahora, más cultural todavía,
aúna gente local y extranjera, niños y nonagenarios que disfrutan allí de sus
momentos de ocio. El edificio es monumental, da la impresión de que entras en
un palacio de otro siglo. Contrasta perfectamente la sobriedad arquitectónica del
exterior con la modernidad del espacio interior, lo que hace que todo el mundo
encuentre allí su lugar.
En
el patio central hay una barra circular,
grande, como de unos cinco metros de diámetro, donde se sirve desde un café
hasta toda clase de bebidas espirituosas, calimocho incluido. Ahí está también
la mesa de mezclas y, al mando, a partir de las ocho, Martina Rouco, la DJ de
más renombre de Ibiza. La Rouco ha
aceptado el trabajo, posiblemente huyendo de las tremendas noches de “calor” ibicencas,
y todos los días hace vibrar a lo más granado del pueblo.
Repartido
por el resto del patio interior hay desde unas mesas altas, rectangulares, con
enchufes para los ordenadores, hasta confortables sillones para poder compartir
una tarde con amigos como si estuvieras en el salón de casa, chimenea incluida.
En uno de los laterales se encuentra la biblioteca. Han colocado alfombras con
cojines grandes, comodísimos, para tumbarse a leer tranquilamente. La antigua
sala de lectura, silenciosa, donde daba miedo hasta respirar, ha desaparecido y
la nueva bibliotecaria te atiende desde la barra central con una sonrisa:
—¿Qué
le pongo?
—Un
café, y me llevo prestado el libro Los
miércoles a las 18:30.
El
palacete de moda abre a las 9:00 de la mañana para acoger a los más
madrugadores y servirles desde un capuchino acompañado de unas buenas tostadas o
un pincho de tortilla que a estas alturas compite con el del Cañadío hasta una buena cerveza, bien
tirada, eso sí, para los que se encuentran muy perjudicados por la noche de
jarana y necesitan retrasar la resaca.
Por
las mañanas es muy normal ver al señor marqués leyendo el Diario Montañés
mientras escucha a Billie Holiday con la
maravillosa acústica del local.
Por
las tardes, cuando las luces cambian y la bola de cristal que cuelga del techo comienza
a girar, aparece la señora duquesa. A sus 95 años llevados como puede, le
quedan muchas ganas de fiesta. Cuando entra por la puerta, todas las miradas se
clavan en ella, sin disimulos. Ella, orgullosa, avanza renqueante, con su
vestido transparente, porque es lo que se lleva en Ibiza, y sus gafas de sol
para camuflar las ligeras arrugas que han empezado a emerger desde la última
operación de estética. Debajo del vestido, un bikini escueto cubre su bien
ganada rechonchez. A los pocos
minutos, la música empieza a tronar y ella a danzar como poseída, y la pista o
el patio o el palacio o el centro cultural, o lo que solo Dios sabe que sea aquel
espacio, vibra y todo el mundo enloquece. La fiesta está asegurada.
Y
cada noche lo mismo. Aparece la señora duquesa y, a las dos horas de haber
comenzado a brincar, se dirige al primero que tenga delante y, gritando para
dejarse oír, le dice “¡Voy al servicio, pero al uno!” y desaparece por el fondo
a la derecha y no vuelve a aparecer hasta bien entrada la noche.
Y
así, al igual que la duquesa, llegan los papardos,
los surferos, los guiris, el hijo de
la tal o el del bar de cual. Y todos, todos, al rato de bailar se hacen un
gesto con la cabeza diciendo “vamos”, sacan un dedo o dos, depende, y se dirigen
a los servicios, donde desaparecen.
Bueno,
a ver, desaparecer no desaparece nadie en un centro cultural: la señora duquesa
entra en el servicio uno, toca la oreja del surfero
pintado en la pared a la vez que dice las palabritas mágicas “Aunque la mona se
vista de seda mona se queda” y la pared se abre. Sube por las escaleras y entra
en una sala donde ya le esperan los miembros de la junta para tratar los temas
del día. Se retira las gafas de sol, se pone las de ver y arreglan España.
¿Y
los papardos, los surferos, y los tal y cual? Ellos van al
dos. En este servicio hay surfera, no
surfero. Para poder acceder a su sala
tienen que tocar con los dedos los dos pezones a la vez. Si no lo consiguen por
estar ya algo perjudicados, no pueden entrar. A su vez tienen que decir “No por
mucho madrugar amanece más temprano”. La pared se abre y, en este caso, las
escaleras descienden.
Lo
que allí pasa, ya se sabe: de todo.
Vamos,
que Puntillas se ha convertido en el hit
del verano y temen los parroquianos que cueste vaciar el pueblo cuando termine
el mes de agosto. Creo que la duquesa anda debatiendo en la sala 1 los pasos
que van a dar para que cada uno vuelva a su puñetera casa.
Almudena Pascual©
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