lunes, 27 de junio de 2022

¡QUE PASÓN!

 

 


El verano estaba ya muy avanzado y el nuevo club, inaugurado en el mes de junio, el ¡Qué Pasón!, continuaba a tope.

Está situado en un edificio emblemático del centro de Puntillas, una villa marinera que este mismo verano ha pasado a formar parte de la lista de “Pueblos cool de España”. Así dice un modernísimo cartel a la entrada de la villa. ¡Qué Pasón! Ha tenido mucho que ver con aquello.

El emblemático edificio era antaño un centro cultural. Ahora, más cultural todavía, aúna gente local y extranjera, niños y nonagenarios que disfrutan allí de sus momentos de ocio. El edificio es monumental, da la impresión de que entras en un palacio de otro siglo. Contrasta perfectamente la sobriedad arquitectónica del exterior con la modernidad del espacio interior, lo que hace que todo el mundo encuentre allí su lugar.

En el patio central  hay una barra circular, grande, como de unos cinco metros de diámetro, donde se sirve desde un café hasta toda clase de bebidas espirituosas, calimocho incluido. Ahí está también la mesa de mezclas y, al mando, a partir de las ocho, Martina Rouco, la DJ de más renombre de  Ibiza. La Rouco ha aceptado el trabajo, posiblemente huyendo de las tremendas noches de “calor” ibicencas, y todos los días hace vibrar a lo más granado del pueblo.

Repartido por el resto del patio interior hay desde unas mesas altas, rectangulares, con enchufes para los ordenadores, hasta confortables sillones para poder compartir una tarde con amigos como si estuvieras en el salón de casa, chimenea incluida. En uno de los laterales se encuentra la biblioteca. Han colocado alfombras con cojines grandes, comodísimos, para tumbarse a leer tranquilamente. La antigua sala de lectura, silenciosa, donde daba miedo hasta respirar, ha desaparecido y la nueva bibliotecaria te atiende desde la barra central con una sonrisa:

—¿Qué le pongo?

—Un café, y me llevo prestado el libro Los miércoles a las 18:30.

El palacete de moda abre a las 9:00 de la mañana para acoger a los más madrugadores y servirles desde un capuchino acompañado de unas buenas tostadas o un pincho de tortilla que a estas alturas compite con el del Cañadío hasta una buena cerveza, bien tirada, eso sí, para los que se encuentran muy perjudicados por la noche de jarana y necesitan retrasar la resaca.

Por las mañanas es muy normal ver al señor marqués leyendo el Diario Montañés mientras escucha a Billie Holiday  con la maravillosa acústica del local.

Por las tardes, cuando las luces cambian y la bola de cristal que cuelga del techo comienza a girar, aparece la señora duquesa. A sus 95 años llevados como puede, le quedan muchas ganas de fiesta. Cuando entra por la puerta, todas las miradas se clavan en ella, sin disimulos. Ella, orgullosa, avanza renqueante, con su vestido transparente, porque es lo que se lleva en Ibiza, y sus gafas de sol para camuflar las ligeras arrugas que han empezado a emerger desde la última operación de estética. Debajo del vestido, un bikini escueto cubre su bien ganada rechonchez. A los pocos minutos, la música empieza a tronar y ella a danzar como poseída, y la pista o el patio o el palacio o el centro cultural, o lo que solo Dios sabe que sea aquel espacio, vibra y todo el mundo enloquece. La fiesta está asegurada.

Y cada noche lo mismo. Aparece la señora duquesa y, a las dos horas de haber comenzado a brincar, se dirige al primero que tenga delante y, gritando para dejarse oír, le dice “¡Voy al servicio, pero al uno!” y desaparece por el fondo a la derecha y no vuelve a aparecer hasta bien entrada la noche.

Y así, al igual que la duquesa, llegan los papardos, los surferos, los guiris, el hijo de la tal o el del bar de cual. Y todos, todos, al rato de bailar se hacen un gesto con la cabeza diciendo “vamos”, sacan un dedo o dos, depende, y se dirigen a los servicios, donde desaparecen.

Bueno, a ver, desaparecer no desaparece nadie en un centro cultural: la señora duquesa entra en el servicio uno, toca la oreja del surfero pintado en la pared a la vez que dice las palabritas mágicas “Aunque la mona se vista de seda mona se queda” y la pared se abre. Sube por las escaleras y entra en una sala donde ya le esperan los miembros de la junta para tratar los temas del día. Se retira las gafas de sol, se pone las de ver y arreglan España.

¿Y los papardos, los surferos, y los tal y cual? Ellos van al dos. En este servicio hay surfera, no surfero. Para poder acceder a su sala tienen que tocar con los dedos los dos pezones a la vez. Si no lo consiguen por estar ya algo perjudicados, no pueden entrar. A su vez tienen que decir “No por mucho madrugar amanece más temprano”. La pared se abre y, en este caso, las escaleras descienden.

Lo que allí pasa, ya se sabe: de todo.

Vamos, que Puntillas se ha convertido en el hit del verano y temen los parroquianos que cueste vaciar el pueblo cuando termine el mes de agosto. Creo que la duquesa anda debatiendo en la sala 1 los pasos que van a dar para que cada uno vuelva a su puñetera casa.

 

Almudena Pascual©

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