lunes, 12 de diciembre de 2022

INSOMNIO PERTINAZ

 


 

FUNÁMBULA EN LA CUERDA DE LA MUERTE

 

Viajes de 64 kilómetros a Bilbao. Por fin, el 17 de julio, la puerta del Consulado se abrió: yo era la primera en la fila de espera –la noche en el hotel San Antonio dio su fruto–. El cónsul me tendió la mano e hizo ademán de que me sentara. Me pidió el pasaporte (a estrernar); después, el certificado, donde el director, Félix Sánchez, había escrito los pormenores de mi trabajo, como el compromiso de que el 5 de setiembre del curso 1974/75 me presentaría, bajo pena de amonestación seria, en mi lugar de trabajo. Por fin, asió su estilográfica y echó una firma de rasgos elegantes en el  visado. Con mis dedos derechos tamborileando en la tapa cárdena del pasaporte, traspasé, ufana, la puerta. “Oh, otra vez, no”; mas yo, altiva, no sentí lástima por los defraudados conciudadanos. Y guardé el tesoro y sigo, desde entonces, con la  querencia de Diógenes.

            El 3 de agosto, recibí el telegrama tranquilizador de mi amiga Mari Cruz: “5  agosto te recogeremos, aeropuerto Miami, hora local: 17 horas.” 

Durante el vuelo, entablé conversación con una chica que también iba a Miami: se ofreció a ayudarme en el caso de que tuviera algún tropiezo en la aduana, mas fui yo quien le tuve que ayudar a pasar, por la base del mostrador, el espejo envuelto; según ella, nos desollarían vivas... Según me despedía del agente, con el pie izquierdo iba adelantando el alijo. ¡”Andrea, Andrea...”!, oí la voz masculina, conocida; seguí, sin inmutarme, como un zombi. Ni el jet lag pudo cerrar mis ojos...

Mari Cruz nos ofrecía unas bebidas refrescantes, mientras hacíamos ejercicios de relajación.  Y por la mañana: hi...hi...hi..., saludando a los vecinos de la urbanización, llegábamos a la playa. Aquel calor era  insufrible y me lancé al mar; tan rápida como entré, salí de la escaldadora agua: dos minutos en la orilla, otros dos en el agua... Por la tarde, a eso de las 18h., conducíamos al frontón Jai Alai. Comprábamos helados artesanos con el saludo de la vendedora: I was waiting for you. “Y esta ¿cómo sabe que veníamos hoy?” Mi amiga se reía de mi ocurrencia, pues ella, con cinco años viviendo en Miami, bien sabía que era un simple saludo, como si hubiera dicho hello. Apenas había gente viendo el buen hacer de los pelotaris; se colocaban ante los monitores y apostaban fajos de dólares  y apuraban cigarrillo tras cigarrillo.

Finalmente, me despedí de mis amigos. Mari Cruz me dio las gracias por mi visita. En aquellos días de buen humor y tranquilidad, había quedado embarazada.

Yo viajé a Fort Pierce, donde jugaba mi hermano José y sus amigos. Los fines de semana cocinaban los platos de Euskal Herria. “Venga, Andrea, sé valiente y fuma dos caladas”. Ellos y sus amiguitas me aplaudían; me daban órdenes para que me levantara, pero yo me asía a la silla: no sólo temía el golpetazo contra el suelo embaldosado de la cocina, sino  también la levitación a la que mi mente me llevaría.

Las ojeras eran cada día más negras. El tembleque de las manos rompía todo lo que cayera en ellas. Vomitaba cualquier comida o bebida. Por fin, mi hermano, tan insomne como yo, pidió ayuda a Kepa –médico masajista– y con su auxilio pude empezar, a tiempo, el curso escolar 1974/1975.

 

                                        Isabel Bascaran Garechana

                                        San Vicente de la Barquera, a 10 de diciembre de 2022

No hay comentarios: