El señor de mi derecha se ha quedado dormido. Y el de delante, y ¡todos!
Me incorporo del butacón sobresaltada y me dejo caer de nuevo,
lentamente, desconcertada.
En el escenario, continúan las risas. ¡Qué naturalidad! Pero no consigo
entender nada. Ciertamente las críticas tenían razón: “Insomnio es una obra
diferente, innovadora”.
¿Pero, aburrida? ¿Cómo es posible que todo el mundo se haya dormido?
Me giro nuevamente a la derecha: ¡hasta ronca!, ¡qué descaro! El teatro
está completo, completo y dormido. En ese momento, el telón comienza a cerrarse
y, desde el escenario, “los actores” irrumpen en fuertes aplausos que dirigen a
la platea. No entiendo nada. El telón vuelve a abrirse, todo el “público”,
ahora bien despierto, se levanta de las butacas, entrelazan las manos y saludan
inclinando el cuerpo. Se cierra el telón y vuelve a abrirse inmediatamente.
Ahora los aplausos van dirigidos a ¿mí? Recibo una palmadita en el hombro del
señor de la derecha, el de los ronquidos:
–Felicidades! —me dice—, lo has hecho estupendamente. Hoy has sido la
protagonista.
Almudena
Pascual©
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