miércoles, 14 de diciembre de 2022

OBOE

 

 


            Cuando te oí, caían lisonjeras las hojas rojas sobre la hoguera.

            Cuando te oí, se mezclaron sangre y sudor bañando mi cuerpo.

            Cuando te oí, la angustia dejó paso a la paz.

            Cuando te oí, sentí lo que soy.

 

            No, no pregunto cómo se siente vivir sin ti,

            sin tu melodía en el aliento de la noche

            azotando, perezosa, la hierba entre las tumbas.

            Pregunto: ¿cómo no quererte hasta la eterna sepultura?

 

            Todo tu proyecto me convierte en esclava de tu don,

            sintiendo en mis muslos, en mis labios, en mi cuello,

            latigazos de tus sonidos envueltos en notas musicales,

            traidores por haberme vencido perdiendo la razón.

           

            No he perdido el juicio ni los sentidos,

            sólo absorbo tu canto en vaivén tamizado por el cielo.

            Sin olvidar tus pasos ante nadie,

            me inclino y detengo mi vida ante tu navío caprichoso.

 

            ¿Y qué, si ni lo bueno ni lo malo se destruye?

            ¿Y qué, si los jóvenes y ancianos se desnudan ante ti?

            ¿Y qué, si no eres culpable?

            ¿Y qué, si soy insondable ante Dios?

 

            ¡Ah! Veo gemidos deteniendo el ritmo.

            Ahora comprendo cómo atraviesas lo inmaterial,

            y puedo ser capaz de sonreírte llegando a la cima,

            volando envuelta en blandos algodones.

 

            Sé que eres el alma de los hombres.

            Sé que eres el alma de las mujeres.

            Sé que eres inmortal y admirado, ¡qué más da si hombre o mujer!

            Sé que eres canto de orgullo en el proyecto de la vida.

 

            Llego casi al final, donde los cañaverales huelen a miel,

            donde el agua baña las raíces del almendro,

            donde se sombrea con cautela la montaña del ocaso,

            donde permaneces cerca de nosotros, sin abandonarnos.

 

            La hora solitaria en que los sueños flotan en el espacio vacío,

            donde mi cerebro vaguea por los confines del universo,

adentrándose, insomne, en dimensiones impensadas. 

No duermo. No quiero. Me arrulla el oboe de Marcello.

           

            Francis Cortés Pahissa©

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